En la Biblioteca Ficción

Todo viaje empieza en una biblioteca, o en una librería. En realidad cualquier viaje empieza en una lectura de otro viaje. El primer viajero inició una estirpe que se ha alimentado a lo largo de los siglos con un cuento infinito que enlaza un viaje tras otro, una aventura tras otra, una exploración tras otro. 

Aunque nos cueste recordar nuestro primer viaje inspirador, le debemos a él todo lo que luego se sucedió. Viajamos con los sueños de infancia, emprendemos destinos incontrolados al mirar por la ventana el horizonte del tedio adolescente. Hasta que grandes como para tomar decisiones, el camino nos llama a escribir nuestro propio viaje.

Intento recordar ese primer relato, el primer libro con el que fui capaz de rasgar el velo plomizo del tedio. Ese primer asombro, la total inmersión en la historia del otro. Dicen los expertos que memoria e imaginación echan mano de  la misma red de conexiones neuronales. Toda memoria es imaginación y la imaginación requiere de la memoria. Algo así vendría a decir que fue en una tarde de otoño, regresado de la escuela, cuando ese primer libro cayó en mis manos. Me gustaría pensar que la casa donde ocurrió tenía una gran biblioteca, pero tampoco eso sería cierto. Pero da igual. Mi memoria imagina aquello que sueña. Esa primera tarde, ese primer relato, eso fue el inicio de este viaje.

Lo maravilloso del relato y la memoria es cuando, dejados libres, se entremezclan en un juego enriquecedor. El recuerdo de la tarde me viste de uniforme y me lleva a la gran biblioteca del Colegio en el que tuve la dicha de formarme. El Colegio Nacional de Buenos Aires poseía una de las mejores bibliotecas del país y quizás de Sudamérica. Parte de nuestra tarea era la de aprender a trabajar en ese ámbito en el que el silencio y el respeto por los libros, los autores y por el vecino, también estudioso, se imponían por sí mismos. Debía preparar una prueba de Historia Moderna y me adentré en los libros sobre la época de los grandes descubrimientos.

Primero fue un atlas. El lomo roído por el paso del tiempo, el libro insistía en abrirse por la mitad. Lo que se ofrecía era una doble página de color azul salpicada de pequeñas manchas marrones. El Océano ocupando todo el papel posible. Y las islas como las letras del abecedario construyendo un relato. Un poema corto quizás. El mar lo conocía, el mar próximo. El río de mi ciudad que no es un río, que es un mar marrón. El océano me llegó a través de los libros. 

Me arrojé en esa inmensidad olvidándome del objeto de la búsqueda. Regresé a mi banco con el pesado hallazgo, sin poder sacarle los ojos de encima. Me senté por error en la línea de mesadas anterior a la que había elegido y donde había depositado mis efectos personales. Estaba tan absorto en esas páginas donde se proyectaba mi vida futura que no me di cuenta del error. Los paraísos por descubrir se sucedían con nombres exóticos. Las dobles páginas me transmitían el calor de los trópicos por explorar. Así fue como sentí su perfume sin haberla visto y penetró en mi historia sin siquiera haberme dado cuenta de ello.

En esa época las fijaciones del niño que deja de serlo son obsesivas. El futuro está mucho más cerca entonces de lo que jamás volverá a estar. Quizás sólo al final de la vida, cuando la Parca se acerca, el futuro se hace presente. Pero en ese momento de transición el sueño sobre lo que uno hará, será, conocerá es una realidad. Futuro y presente comparten espacio. Los respiras al mismo tiempo. 

Nada me había preparado para ese perfume. En ese presente-futuro que habitaba, el perfume era un objeto ajeno. Dicen que la capacidad de distinguir un perfume de otro nos permitió sobrevivir como especie. El olor del miedo, del animal que nos acecha, del fuego. Dicen que nos erguimos sobre dos patas para oler mejor. Que digan lo que quieran…la primera vez que un perfume te sorprende, inicias un viaje hacia lo desconocido para el cuál no hay atlas que te asista.

Levanté la vista del enorme libro que me tenía subyugado para seguir mi sentido primario. Era necesario ubicarme en esta selva abundante de una isla sorprendente en la que había desembarcado sin proponérmelo. La vi por primera vez y no la reconocí. Estaba concentrada en su cuaderno de notas y el libro de matemáticas que tenía delante. No podía dirigirle la palabra porque mi imaginación estaba representándomela semidesnuda, parada detrás de quién parecía ser su padre y cacique o chamán. Me encontré inhibido por la claridad con la que la veía en persona, consciente de dónde me hallaba, pero al mismo tiempo mi cerebro me la devolvía con otras imágenes de mi fantasía. Estaba viajando. 

El amor, el primer amor, es un viaje. Medio mareado intentaba acertar con el lapicero, con las páginas del atlas que ya libres de cualquier consideración geográfica iban del estrecho de Bonifacio al Cabo de Buena Esperanza, sin respetar ni latitudes, ni meridianos. Lo boreal y lo austral confundido. Los minutos de la infancia languidecen. El tiempo se alarga y se derrite como bien sabían los surrealistas. Esos minutos en los que mi imaginación tomó posesión por primera vez de esas emociones nuevas, el tiempo se desvaneció. Deseé ser un pirata y robarla, llevarla conmigo a una isla remota y mostrarle el tesoro escondido en una cueva donde reposaban los restos de antiguos piratas. El tesoro de los tesoros, que siempre imaginé estaría dibujado en el mapa del cartógrafo nubio, Dilaman Ladoré, un personaje que decía poseer todos los mapas perdidos del mundo. Deseé poseer una pirámide, para poder mostrarle el rayo verde, el último regalo del sol antes de abandonarnos. 

Antes de que pudiera seguir deseando, una voz me sacó de mis divagaciones.

“¿Tienes sacapuntas?”

Y en ese instante me di cuenta que no estaba sentado en el sitio que había elegido al llegar a este antro del saber sino en el que correspondía a esta historia que se debatía entre la realidad del presente y el infinito de la imaginación y la fantasía adolescente. 

“Sí, claro.” 

Atiné a responderle mecánicamente, al mismo tiempo que intentaba entender dónde estarían mis pertenencias.

“Ahora regreso.”
Fui a mi sitio donde estaba mi mochila dentro de la cual tenía mi cartuchera con los útiles. Recogí el cuaderno que había depositado previamente al llegar, sin abrir, ocupando el lugar elegido. Fernando, mi vecino y amigo, me tomó por el brazo y me preguntó dónde iba, que todavía no habíamos empezado a preparar nada. “Luego te cuento, ahora no puedo”, le contestó el joven explorador que sólo tenía ojos y mente para su doncella, a pocos pasos de allí.  

Hay quién pueda creer que encontrar un sacapuntas es una tarea banal. Nunca se vieron en mi tesitura. Fernando me miraba perplejo. Un chico de esa edad no se vuelve loco por localizar un sacapuntas, y menos por entregárselo a alguien sin atreverse a alzar los ojos de los cordones de los zapatos.  El trayecto entre mi pupitre y el lugar donde ella me esperaba, podía haber sido el mismo que tardó Francisco de Orellana en recorrer el Amazonas, ya que las dificultades eran las mismas. Sorteamos los dos el mismo vértigo por lo desconocido, la misma aprensión, la misma ansiedad. 

Es curioso que piense en esa historia. Han pasado más de cuarenta años desde esa primera tarde. Desde ese primer atlas, desde ese primer perfume, desde ese primer viaje. Aquí estoy. He cruzado el Atlántico a vela. En solitario. He regresado. O eso creo. Quizás no se regrese jamás del viaje. Hay quién creerá que este viaje de ahora tiene un principio y un final porque nos empecinamos en ponerle limites a todo. Pero, esta tarde de domingo, mientras recuerdo esa otra tarde de hace tantos años, estoy seguro que el viaje empezó entonces. 

“Toma el sacapuntas. ¿Cómo te llamas?”

Desde ese día nunca he dejado de viajar.  

No recuerdo su nombre, por increíble que pueda parecer. También porque después de su respuesta y de un breve gracias, ella se sumió en sus notas dejándome varado en esa playa. Mientras ella y el cacique se retiraban adentrándose en la foresta espesa. Mi orgullo peleaba con mis latidos ruidosos para que no los escuchara nadie en la sala silenciosa. 

Volví a mi fascinante atlas y decidí levar las anclas hacia nuevos mares. A partir de ese día, todo viaje tendría de cerca o de lejos al mar por protagonista.

Viajar por mar es la definición de navegar. Navegar también es sortear, driblar, esquivar. Un algo de superviviente irónico. El navegante parece saber más que el resto de viajeros, como si el encuentro con la enormidad de la masa de agua salada le confiriese una sabiduría arcana única. El navegante puede parecer osado si no opta por la discreción. Afortunadamente la sal y el yodo acallan la palabrería y aún está por conocerse el verdadero navegante que sea un charlatán. 

A pesar de ello, la primera vez que cruce el umbral del Café Royal en Mindelo, en la isla de San Vicente en Cabo Verde, apenas se podía escuchar la música, tal era el volumen de las conversaciones.

De una mesa casi en el centro del café, Jaqueline, la hermosa morena que había conocido por la tarde en la Alliance Française, me hizo señas para que me acercara.
Estaba con un grupo que podría haber parecido heterogéneo, pero que no lo era para nada. Al acabar los saludos sentí que estaba en el lugar adecuado en el momento preciso. 

Esa suave noche fue inolvidable y millonaria en nuevas memorias que juntar a las fantasías del navegante. Escuchar la historia de Edgar, el pescador que fue uno de los amantes de juventud de Cesária Évora, o el más modesto relato de René, electricista que vivió quince años en París para regresar a ser feliz junto a los suyos. Responder las preguntas sobre mi viaje a Umberto, el italiano, hermano benedictino que llegó y se quedó en esta isla hace veinte años, me hace rápidamente sentir parte de esta congregación humana especial.

Más allá junto a la ventana, visualizo a la pareja de daneses que viven buena parte del año en su viejo velero y en otra mesa, a un grupo de jóvenes franceses que ya se mezclaron con el argentino y el catalán que vienen bajando su barco hasta Buenos Aires desde Mallorca.

Muchas historias se cruzaron en esa noche. El viaje es siempre un relato lleno de voces. Cada vez que se incorporan nuevas, nuestro viaje no hace más que tomar nuevos bríos. Sin esas historias ajenas, la nuestra estaría más vacía y más solitaria. Esa noche mi viaje había incorporado una isla con sus gentes. Una nueva cartografía. Por ello mi imaginación quiso que regresara al Clinamen evocando en la memoria aquella morenita del sacapuntas que la bella Jaqueline me había hecho recordar.

Desde Tierra Mirando al Mar – Castelldefels, Barcelona. Lunes 18 de abril

Enciendo la aplicación de navegación que me acompañó durante los pasados meses para ver el mapa del Caribe y empiezo a colocar encima de la mesa la proyección de los próximos derroteros.  La cadena de las Antillas que conforman el Mar Caribe se extiende desde los Cayos de Florida al norte, hasta la costa sudamericana de Venezuela y Colombia al sur. El goteo de islas como un collar de perlas de esas que robaban los piratas, encierran un mar interior. El Caribe es un mar pequeño comparado al Mediterráneo, pero tiene algunos puntos en común con el gran lago interior de donde he partido y en donde he aprendido realmente a navegar.
No sé aún cuál será mi recorrido futuro ni tampoco quiero fijarlo demasiado desde este lado del Atlántico. Debo regresar al Clinamen para volver a ponerme en sincronía. Cuando desembarqué en la isla de Guadalupe, rápidamente la tierra y sus asuntos urgentes me absorbieron física y espiritualmente. No tuve tiempo de agradecer como se merece a mi compañero Clinamen y ya me estaba yendo. Hoy me siento en deuda con él y pienso muy seguido en cuándo volveré a estar en comunión con él y recordar nuestras andanzas recientes.
Desde aquí, en seco, demasiado vestido y perfumado, siento un desfase con el mar, con mi barco y con todo lo recientemente vivido, disfrutado y también sufrido.

Desayuno frente al mar pero mirando al sur y a unas olas mediterráneas que me vieron zarpar hace un par de meses hacia una aspiración de lejanía, de alejamiento y de aventura. Ver desde la terraza las ondas que conforman las rompientes que vienen a mojar la arena testigo de mi sueño ya concretizado me enriquece la mañana.

En este día luminoso debo volver a la oficina y ocuparme de los nuevos proyectos profesionales, así como de temas mucho menos glamurosos. Desearía perderme con esa espuma y que me lleve lejos de estas playas, pero debo pensar en forma más realista y concreta, «terre à terre», como dicen los franceses. Pienso en el mar y en todo lo que se ha escrito por y sobre él.
¿Qué es el mar?
El mar es un azar
¡Qué tentación echar una botella al mar!
Mario Benedetti escribió hermosos versos que me atrevo a reproducir en dos partes, una aquí al principio y otra, al final de este texto, para aquél lector que hubiera soportado mis reflexiones.

Botella al Mar 
Mario Benedetti

Pongo estos seis versos en mi botella al mar
con el secreto designio de que algún día
llegue a una playa casi desierta
y un niño la encuentre y la destape
y en lugar de versos extraiga piedritas
y socorros y alertas y caracoles.

Cualquier viaje siempre debería ir acompañado de poemas, no en vano desde el primer caminar del hombre la presencia del bardo, del trovador es incuestionable. El poema ha viajado siempre. Lo hizo primero con Homero. Y así se registró la historia para siempre. La rima es la música de la memoria. Recordamos poemas. La poesía es también el lenguaje del alma, sin ella el hombre no puede expresar lo intangible. Aquello que no somos capaces de articular con sintaxis rígidas, con gramáticas ordenadas. Si la lingüística es álgebra matemática, la poesía son los números irracionales, los que se alejan de la norma, los que se hacen un hueco allí donde no queda espacio.

La poesía es también la lengua con la que habla el mar.  Ya lo sabían los poetas. Lo sabía Mario Benedetti, Pablo Neruda, Rafael Alberti.

Domingo 1 de mayo, después de haber visto fugazmente al Atlántico en la cornisa cantábrica y asturiana.

Se acabó el primer viaje y los pensamientos van y vienen. Las últimas horas de navegación fueron duras. El mar no da tregua y el cansancio no admite la perdida de concentración. Mi espíritu estaba consagrado a la hazaña y a la concreción del sueño. Hoy estoy en tierra y pienso en aquéllos días y en mi barco que me espera fiel en su muelle. Pero no puedo dejar de volver una y otra vez la vista atrás. Lo que he dejado tras de la popa del Clinamen. Ese mar sin paliativos, indiferente. Esa incertidumbre sobre el poder, querer, desear y lograr. Quizás, quizás, ese gran quizás que me inundaba hasta ver la Desirade y al fin gritar: «¡lo logramos!».

Decía Claudio Magris, autor del Infinito Viajar que inspiró el nombre de mi página web, al que tuve el gusto de saludar en ocasión de la Sant Jordi en Barcelona, que para él “el dolor más grande ante la muerte es que el mundo prosiga su marcha indiferente al que se muere”.  El océano posee esa indiferencia. Una cualidad innata de intemporalidad. El viaje del mar es siempre infinito. Y esa atemporalidad es pura indiferencia.

En estas últimas dos semanas me sumergí de nuevo en el mar humano. He abandonado el mar ajeno al hombre, el océano, inhabitable, indomable. Ya he vuelto a entrar en aguas que son caminos, trazos dibujados entre un lugar y otro. Un mar lleno de palabras, de lenguas, de historias, de noticias, de guerras, de conflictos, de esclavos, de políticos, de revoluciones, de decepciones. El mar de los hombres es un mar muy distinto al que viví durante dos meses con mi travesía. La indiferencia aquí es casi imposible. Para bien o para mal, nos inunda, nos rodea y apabulla. De ahí que éste sea el mar sobre el que más se ha escrito.

Todo con quién evoco mi viaje, mi hazaña personal, mi situación presente, termina preguntándome cómo sigue la aventura o si aquí se acaba y que vuelvo a una vida más conforme y confortable.

Recuerdo a mi barco que me espera fiel en su muelle y al Mar Caribe que tanto soñé y deseé, pero que dejé apenas 24 horas después de alcanzarlo.
Recuerdo esos días en los que escribir no era un lujo entre maniobras, sino una tarea más que importante, consuetudinaria al navegar, pensar y plasmar todo ello en textos en los que testimoniar lo vivido y lo sentido.
Quizás sea preciso diferenciar muy claramente entre las distintas situaciones en las que se toma la pluma. Claro que, a veces, del compromiso moral surge una gran literatura. Diría incluso que esto sucede con suma frecuencia. Basta pensar en Dante o en otros escritores formidables de nuestra época. La literatura tiene sus propias leyes, y esas leyes no deben ser sacrificadas a la moral. Si pretendo escribir algo que corresponda a la verdad y tengo la sensación de que esa escritura tendrá consecuencias negativas para un ser humano, debería renunciar a escribirlo, pero lo que no puedo hacer es alterar la escritura, la verdad. ¿Cuánto hay de verdad en todo lo que he escrito? He hablado de delfines, de sirenas, del Corto Maltés, de las razones que me han llevado hasta aquí, de las razones que me devolverán al mar una y otra vez. Alguien podría decir que son sólo ornamentos a la historia real que he vivido. ¿He contado la verdad? ¿toda la verdad?

No he escrito que durante cuarenta y cuatro días la tensión y el esfuerzo físico ha sido supremo. Todo lo que he hecho, desde lo más fisiológico a lo más sublime, ha sido realizado en tensión extrema, ante la indiferencia del océano. Pero ¿a quién interesa a la postre el detalle cotidiano, real y casi doloroso? ¿Lo escatológico es literatura? ¿el dolor continuo? ¿Cuánta verdad hay en lo que escribo, si elijo algunos temas y obvio otros?
Encontrar la voz literaria es también un viaje, y es igualmente un viaje infinito.

En estos menesteres soy un novicio y el tanteo entre verdad y literatura me es aún incierto. En ese sentido, estimo mucho a Ernesto Sábato, que en una época se ocupó de los «desaparecidos». Durante años renunció a su labor literaria para buscar a esas personas, para investigar cómo y dónde estaban. Pero Sábato es también el autor de «Sobre héroes y tumbas», que desciende a lo profundo, a los abismos, a las tinieblas del inconsciente y del mal. Y para ello estableció de manera muy honesta una diferencia entre dos mundos, dos tipos de escritura, la diurna y la nocturna.

Navegando, esta distinción es también fundamental. Navegar de día o navegar de noche son dos mundos que no tienen nada que ver. Como en la escritura.  Sábato, cuando estaba sumergido en sus profundidades nocturnas había descubierto que dos más dos eran cuatro, aunque también podían ser seis o diez, y que resultaba poco importante cuánto sumaban en realidad, ya que, cuando se regresa a la superficie, al día, ese «saber» no representa una ventaja.

Al llegar de noche a Pointe-à-Pitre reconocí una casualidad que probablemente no fuera tal. En cada una de las etapas de este viaje zarpé de noche y arribé con el sol caído. No fue una propuesta consciente pero una realidad que se dio en cada caso. Cómo entender esos fenómenos que se repiten significando.

Navegar de noche y navegar de día.
El mar de día y el mar de noche.
¿Qué es el mar de donde vengo?
¿Qué es el mar adonde vuelvo?
Tras dos meses navegándolo no obtengo respuesta.

¿Qué es en definitiva el mar?
¿por qué seduce? ¿por qué tienta?
suele invadirnos como un dogma
y nos obliga a ser orilla.
Nadar es una forma de abrazarlo
de pedirle otra vez revelaciones
pero los golpes de agua no son magia
hay olas tenebrosas que anegan la osadía
y neblinas que todo lo confunden.

El mar es una alianza o un sarcófago
del infinito trae mensajes ilegibles
y estampas ignoradas del abismo,
trasmite a veces una turbadora,
tensa y elemental melancolía.

El mar no se avergüenza de sus náufragos,
carece totalmente de conciencia
y sin embargo atrae, tienta, llama,
lame los territorios del suicida
y cuenta historias de final oscuro.

¿qué es en definitiva el mar?
¿Por qué fascina? ¿por qué tienta?
es menos que un azar, una zozobra,
un argumento contra dios,
seduce por ser tan extranjero y tan nuestro,
tan hecho a la medida
de nuestra sinrazón y nuestro olvido
es probable que nunca haya respuesta
pero igual seguiremos preguntando

¿qué es por ventura el mar?
¿por qué fascina el mar? ¿qué significa
ese enigma que queda
más acá y más allá del horizonte?

Si ni tan siquiera Mario Benedetti consiguió respuesta, a este modesto marino no le toca otra que continuar preguntándoselo, que continuar navegando, que continuar escribiendo.

Escuchar a Mario Benedetti recitando su poema corto Botella al Mar
https://m.youtube.com/watch?v=SXNg9Mv0jLw&time_continue=15&ebc=ANyPxKpOPyg0lRSqfhu7YKlJvhg7__P7xXoo6wycBsaPZN0f5HXCEERKjb3ILmdFZZLwLPZQfTbb

Y también tiene la otra versión larga, que se puede también escuchar por su propio autor:
http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/botella-al-mar–0/audio/

El mar es un azar
¡Qué tentación echar una botella al mar!

Poner en ella por ejemplo
un grillo, un barco sin velamen, y una espiga
sobrantes de lujuria, algún milagro
Y un folio rebosante de noticias

Poner un verde, un duelo, una proclama,
dos rezos, y una cábala indecisa
El cable que jamás llegó a destino
Y la esperanza pródiga y cautiva

El mar es un azar
¡Qué tentación echar una botella al mar!

Poner en ella por ejemplo un tango
que enumerara todos los pretextos
para apiadarse a solas de uno mismo
y quedarse en el borde de otro sueño

Poner promesas como sobresaltos
Y el poquito de sol que da el invierno
y un olvido flamante y oneroso
y el rencor que nos sigue como un perro

El mar es un azar
¡Qué tentación echar una botella al mar!

Poner en ella por ejemplo un naipe,
un afiche de Dios, el de costumbre,
el tímpano banal del horizonte
el reino de los cielos y las nubes

Poner recortes de un asombro inútil,
un lindo vaticinio de agua dulce
una noche de rayos y centellas
y el saldo de veranos y de azules

El mar es un azar
¡Qué tentación echar una botella al mar!

Pero en esta botella navegante,
sólo pondré mis versos en desorden
en la espera confiada de que un día
llegue a una playa cándida y salobre

y un niño la descubra y la destape
y en lugar de estos versos halle flores
y alertas y corales y baladas
Y piedritas del mar y caracoles

El mar es un azar
¡Qué tentación echar una botella al mar!

QUINTA ETAPA: ¡TIERRA!

No estamos aquí por la estética. Los que crean que la navegación solitaria se resume a un mero placer contemplativo, no han comprendido nada. El goce estético existe, cierto. Cada minuto puede ser un éxtasis de amaneceres, de atardeceres, de mar de infinitos azules, blancos y grises. Incluso los sargazos en su insistencia por acompañarme tienen algo de belleza fractal. Esa capacidad de la naturaleza por ramificarse y por perpetuarse bajo fórmulas matemáticas. El número Phi o la proporción áurea.

Pero no estamos aquí por la estética; la belleza que nos rodea en el océano es algo que no nos sorprende. Nos abarca. El mar es belleza en estado primigenio, brutal y sin paliativos. En tierra apenas quedan lugares que no hayan sido manipulados, dibujados y construidos por la mano del hombre. Algunos bosques en la Patagonia, alguna zona de la selva Amazónica, pero poco más.

En el océano el Hombre es nada, insignificante. Ni un demiurgo de segunda. La acción humana es sólo contaminadora. Pero incluso la contaminación acaba siendo devorada, ingerida y regurgitada por el océano. Él lo digiere y absorbe todo.
Punteo GPS a las 19:00 UTC del miércoles 30 de marzo del 2016.
15º 58.724′ N y 55º 52.594′ W – Rumbo 265º, Viento estabilizado desde hace ya varias horas entre 14 y 21 Knts. Sigue totalmente de Este. Olas de 1-1,5 metros. El Génoa atangonado me permite tomar un rumbo casi de empopada total y la velocidad es algo menor pero más estable. Velocidad 6,5-7 Knts. Distancia a destino 322 Nm. 148 millas realizadas en 24 horas. Seguimos con una buena marca de promedio y la calma chicha no parece estar destinada a tocarme en esta travesía.
No creo estar aquí sólo por lo contemplativo. Florence Arthaud es uno de mis ídolos marinos por ser mujer, por su gran valentía y por su audacia ejemplar. «Flo» decía algo que he recordado una y otra vez durante esta travesía: “Mirar al mar! No tener otro deseo que mirar al mar. Y a fuerza, a fuerza de hacerlo, si lo miras a los ojos, es seguro que un día irás a por él”. Es esa acción de mirar al mar con ansia de tomarlo y dejarse tomar por él. Una observación que lleva en sí misma la decisión de vivir el mar en su máxima intensidad. Eso es la razón por la que estoy aquí, no por la estética, sino por la vida, por la intensidad de vida. De ahí que los momentos más difíciles e intensos fueran los que más emoción me provocaron, hasta el punto de hacerme llorar más seguido de lo que nunca había hecho en mis años pasados. Ni tan sólo de niño lloré de este modo, entonces –como ahora- solía ser protestón pero no llorón.
De alguna manera mi decisión de poner punto final a esta primera etapa del viaje -que ha de llevarnos al Clinamen y a mi a dar la vuelta al mundo – en Pointe-à- Pitre, en la isla francesa de Guadalupe, es un debido homenaje a Florence. La «Novia del Atlántico», la magnífica capitana, muerta en accidente de helicóptero en Argentina hace justo un año en marzo 2015. Aunque parezca mentira, su muerte me afectó personalmente un poco por ciertas coincidencias que en determinadas circunstancias le interpelen a uno. Nació en Boulogne-Billancourt donde viví los últimos años en París pero murió en Argentina, donde yo nací. Triunfa como navegante confirmada justo cuando yo llego a Francia y empiezo a conocer cada personaje público, especialmente de la náutica. Se hizo mi preferida desde el primer momento.

Con tan sólo 21 años participó por primera vez en la Route du Rhum, que une Saint-Malo con la isla de Guadalupe, cada cuatro años, en una carrera ya mítica. Quedó en onceava posición. La gana en 1990, tras catorce días, diez horas y diez minutos de navegación. Es la primera mujer en hacerlo. Indomable, única, libre. Su biografía me acompaña en el Clinamen, como amuleto esencial. “El temor a la muerte es para mí el único verdadero terror posible. ¿De qué nos podemos asustar sino? ¿De perder un avión, una cita? ¿De la falta de dinero? La vida es un regalo, hay que vivirla plenamente y creer en su destino”. Vivir el mar requiere esa visión de entrega total. Relativizar, dar importancia a lo que realmente la tiene. De priorizar y de reconocer, es decir de volver a conocer aquello que creíamos saber. La amistad, el dolor, la responsabilidad, el amor, la paternidad, el sacrificio, la resistencia, el trabajo, la filosofía, la pasión, la música. Todos esos conceptos dejan de tener el mismo sentido que tenían previamente, porque los has re-conocido. Ese es el sentido de renacer, que te permite la navegación solitaria. Cada vez que dejé ir mi emoción hasta el llanto o el grito primal fue reconociendo alguno de esos valores que nos parecen tan básicos.
Uno de los hechos más extraños de esta parte de la travesía es el silencio de los delfines. No han vuelto a aparecer desde que salí de Cabo Verde. Me había acostumbrado a su presencia. Será porque la navegación se ha vuelto algo más tranquila, o sencillamente porque yo ya he aceptado la Serendipia absoluta de este viaje y lo extraordinario es que no pase nada, aunque ya me había acostumbrado a que siempre hubiera algún suceso inesperado, o una dificultad a resolver o un momento mágico a aprovechar.
Me visitan peces voladores que insisten en complementar mi dieta. A pesar de ciertas acusaciones infundadas que recibo desde tierra, puedo asegurar que los ejemplares que llegan a mi plato, se suicidan en cubierta. Agregaría que las criaturas del mar están a salvo conmigo. Soy un navegante aceptable, quizás. Pero soy un pésimo pescador, afortunadamente para el equilibrio biológico de los mares.

El Clinamen va devorando millas gracias a unos alisios perfectos que nos propalen a gran velocidad. Cada día que pasa, la certeza del final me tiene por un lado acongojado y por otro excitado. ¿Será cierto que lo habremos conseguido? Cruzar el Atlántico en solitario
por momentos me parece que no fue para tanto. Aunque no sea nada comparado con otras aventuras mucho más extremas, ésta es la que yo puedo contar, la que yo puedo compartir escribiéndola y escribiéndomela.
Dicen que la tierra antes de verla se hace presente. Cuando faltaba casi la mitad empezaron apareciendo sargazos, aislados primero, después en forma muy regular. Quizás por ser el principio de la primavera, las primeras aves que vi fueron golondrinas que venían en sentido contrario. Ellas también deben haberse alegrado de un encuentro en la mitad de su formidable trayecto.
Punteo GPS a las 19:00 UTC del jueves 31 de marzo del 2016.
16º 01.980′ N y 58º 30.468′ W – Rumbo 275º, Con un viento estable de alrededor de 18 Knts. corregí el rumbo ligeramente hacia volver a colocarme en el paralelo 16. Olas de 1 metros, ideal. Velocidad 6,5-7 Knts. Distancia a destino 170 Nm. 152 millas realizadas en las últimas 24 horas. Excelente regularidad.
¡Y llegó el día, el momento que esperaba! Volvieron los delfines, los primeros que me visitan desde hace tantos días. Los primeros que vienen seguramente del Nuevo Mundo, aquél al que se le llamó América. Quedan 160 Millas náuticas (la distancia entre Port Ginesta e Ibiza). ¡Tierra! ya no es un destino, es la realidad que se me aproxima. Con todo su peso. La realidad es París, es Barcelona, es la familia, los amigos, las responsabilidades profesionales, todos mis colaboradores en los distintos emprendimientos en que participo que ya empiezan a ser un número abultado. Nada de esa realidad cabe en el Clinamen, o quizás sí pero cabe sólo para acompañarme discretamente, respetando los silencios que se nos imponen, sabedores somos, mi realidad y yo, de que ahora sólo importa llegar a puerto y procurar hacerlo bien.
¿Por qué la soledad no está presente en mi navegación solitaria? Para mí, la soledad no se vive en el océano, en 11 metros de eslora por 3 de ancho que no paran de moverse de un lado para otro. No estoy solo, ni me siento solo. Ni un segundo de esta travesía he pensado en la soledad en estos términos. Las historias de soledad duras, sufridas, son aquellas en las que alguien no tiene con quién comunicar, con quién hablar, con quién compartir. Afortunadamente no es este mi caso. Estoy solo en el Atlántico, pero no estoy realmente solo. He podido comunicar y compartir mi experiencia con decenas de personas.
Aunque pueda sorprender, los franceses siempre han sido unos entusiastas de la historia de Robinson Crusoe. Jean-Jacques Rousseau no permitía que su alumno Emile leyera otra obra que no fuese la de Daniel Defoe. Esa obra tiene hoy ribetes discutibles. Pero el concepto “soledad” tiene un antes y un después del fenómeno Crusoe. Hay quien dirá que las tecnologías impiden el aislamiento absoluto. Es cierto. Ningún recodo del mundo está mudo. La comunicación llega a todas partes. Somos animales sociales, sin comunicación agonizamos. Pero la tecnología no es comunicación. Es lo que decimos sí, pero sobre todo cuenta a quién se lo decimos. Es tener a quién hablar. La verdad no está en el qué, ni en el cómo, sino en el quién.
Quedan menos de 60 millas. Ya no hago punteos intermedios. La regularidad y el buen augurio de mis delfines protectores me han inflado el ánimo. La emoción empieza a apoderarse de mi y no me permite encontrar las palabras. Me saldrían a borbotones miles de imágenes, de sensaciones. El cuerpo me recuerda golpes y arañazos, huellas. Estoy magullado, pero no siento físicamente el cansancio. La adrenalina es una droga poderosa, sin duda. La serotonina que mi cerebro debe estar liberando me tiene en estado casi de éxtasis.

Punteo GPS a las 19:00 UTC del viernes 01 de abril del 2016. ¡Quizás sea mi último punteo del Diario de a Bordo!
16º 12.253′ N y 60º 58.233′ W – Rumbo 270º, Viento estable algo más suave entre 12 y 18 Knts. Sigue de Este. Olas de 1,5 metros. Velocidad 6-6,5 Knts. Distancia a destino 35 Nm. 142 millas en 24 horas. Llegaré de noche cerrada, espero que con el plotter detallado con el que cuento, consiga entrar bien en el puerto y encontrar la Marina de Bas-du-Fort.
Ya puedo escuchar la radio de Guadalupe. El Creole, ese lenguaje que es más música que palabra, no tardará en resonar en el Clinamen.
Me siento redimido. Simbólicamente liberado de sufrimientos y debacles. Como si todo hubiera sido un cómodo y fácil viaje al otro lado. Cuando amarre el Clinamen en el puerto de Point-à-Pitre la redemptio habrá sido absoluta. Eso no significa que no vuelva a sufrir, a errar, a fracasar. Eso significa que ya no seré el mismo que antes sufría, erraba o fracasaba. Ya lo he dicho, vuelvo siendo yo, pero más yo que antes. Empiezo a ser consciente de que esta primera etapa llega a su fin y las lágrimas no cesan de recorrer mis mejillas sin motivo particular. No encuentro las palabras. Se me escapan. No quiero dejar de llorar y apenas puedo escribir.
La Desirade, ahí está mi primera tierra a la vista. Un islote de 11 kilómetros de largo por dos de ancho, habitada por 1700 personas. Las Antillas en estado puro. Mi primera tierra desde Cabo Verde. El objetivo del deseo. Grito como un poseso. Lanzo exclamaciones a los dioses, a los delfines, a las sirenas, a los pobres pescados voladores, a las gaviotas, a los sargazos, a las olas, al viento y al mar.
Voy dejando atrás el océano, para entrar en un mar humano, habitado, surcado por coches, no navíos, por personas, no delfines protectores. El océano se acaba donde empieza el hombre. Esa es la frontera por la que mi barco y yo hemos navegado y que estamos por volver a cruzar.

Suenan las canciones de Paolo Nuttini, este cantante escocés que descubrí poco antes de zarpar. No he hablado de la música que me ha acompañado durante la travesía. La mayoría fueron artistas que descubrí recientemente o bien algunos clásicos. Algunos temas me recordarán siempre ciertos momentos claves. Uno que me resonó profundamente porque apareció en un momento de reflexión particular fue el «True To Myself» de Ziggy Marley.
Son las 02.14 UTC del sábado 2 de abril cuando atraco el Clinamen en el puerto de Pointe-à-Pitre, solo, en la oscuridad, sin ninguna clase de presencia porque ya nadie responde en el canal 9 de la radio VHF, ni en el teléfono de Capitanía. Durante dos semanas he viajado por el mar sin hombres. Por el mar como destino. La aventura llega a su fin momentáneo. Es tan importante estar preparado para zarpar como preparado para atracar. Es tan complicado salir como volver. Quizás en este momento diría que es mucho más complicado regresar. Seguro que es infinitamente más complejo poner el primer pie en tierra firme, que liberar el barco del muerto e izar la vela mayor por primera vez. Empiezo a ser consciente de lo que he conseguido y al mismo tiempo no acabo de comprenderlo en las consecuencias que me acarreará.
Sufro un cierto cosquilleo en mi oído interno. Mi cuerpo se había acostumbrado al mar, y ahora empieza el difícil aprendizaje de la tierra firme. Camino titubeante, pensándolo, mis pasos me parecen inciertos. Empiezo a darme cuenta que me sucede lo mismo que a Florence Arthaud: puede que sufra cuando no navegue.

Una isla en París – París. Île Saint Germain 10 de abril de 2016

La palabra Pecio, que evidentemente tiene una significación importante para cualquiera que haga de la mar su obsesión, tiene una etimología muy interesante. La denominación común dice que son los restos de un artefacto o nave, fabricado por el ser humano, hundidos total o parcialmente bajo una masa de agua. Pecio, del latín posclásico, pecia o petia, o en bajo latín pecium o petium, tiene un significado más importante: fragmento o pieza rota. Es lo que queda, lo que testimonia de algo que fue alguna vez un objeto o un algo entero. Es lo que nos habla.
Si fuera capaz de responder simplemente a la pregunta ¿cómo estás? Diría que me siento un pecio. Pero debería añadir toda la explicación etimológica anterior y diferenciar el latín posclásico  del bajo latín, para no asustar a mi interlocutor. No me siento hundido, pero sí como el fragmento de un todo. Un fragmento de un todo varado, de momento, a orillas del Sena.
La realidad no se despliega paulatinamente. Aterrizas en París y se te desploma en los brazos que aún están ocupados recuperando maletas. De golpe. Toda ella se te precipita encima y en menos de 24 horas el mundo, que ha aguardado durante dos meses mi regreso, me habla sin parar, me zarandea, me obliga a reestructurar el pensamiento, a activar zonas neuronales que se habían quedado mudas. La realidad me obliga a pensar distinto, a hablar distinto, a ver distinto.
Hago listas. En un intento de ordenar el presente de indicativo en el que vivo, establezco un orden de prioridades, jerarquías. Intentaré continuar escribiendo en tierra, no sé si los temas cambiarán, si mi estado expresivo se verá alterado a punto de modificar mi escritura. Estas notas que tomo son lo máximo que consigo por el momento. Anoto en primer lugar: dos horas diarias para escribir. Desiderátum. Ese tiempo que de momento no consigo recuperar como dedicación exclusiva.
Dos horas. Debería empezar a organizar la continuidad de mi Diario de a Bordo. Recupero lo escrito hasta ahora durante estos últimos dos meses. En la tablet se confunden los artículos, los borradores, las cartas. Lo práctico que es para escribir se ve empañado con lo poco estructurado que siento esta herramienta para archivar, ordenar y categorizar. En el blog, se me confunden las fechas, los momentos de escritura, de génesis de cada artículo. En mi memoria se entremezcla todo. Empiezo a releerme como si leyera a otro, una aventura ya ajena, de un tipo sin embargo que me parece haber conocido. Pienso que en definitiva no es tan falta de verdad esa sensación, ya que me siento otro Gonzalo y aquí en tierra, más aún.
Antes de sentarme en esta mesita al sol en una terraza, venía caminando por los senderos agrestes de este parque isleño en medio de una urbanidad aplastante y ciertas emociones surgieron como espuma desprendiéndose de las olas. Empecé a llorar mientras caminaba y cruzaba gente. Esa capacidad de emocionarme que se liberaba fácilmente en la soledad de mi Clinamen, es la primera vez que la siento surgir naturalmente y sin provocación en medio de la «civilización». Me siento raro en este instante, pero afirmo y confirmo mis intenciones. Haga lo que haga en el futuro próximo, no debo permitir que la nueva realidad terrestre se lleve por delante a la sensibilidad que ha florecido en mí.
¿Por qué escribo? Con el fin de recordar, por supuesto, pero exactamente ¿qué es lo que quiero recordar? ¿Cuánto de lo recordado realmente pasó? ¿Sólo algunos hechos? ¿sucedieron exactamente así o hubieron detalles y matices que no relaté? ¿Por qué escribo un diario? Es fácil engañarse a sí mismo en todas las respuestas. El impulso de escribir las cosas es peculiarmente compulsivo, inexplicable para los que no lo comparten. Supongo que la necesidad empieza o no empieza en la cuna. Yo me he sentido obligado a escribir las cosas desde que tenía cinco años. A ver el mundo a través de las palabras que proyectaba primero en unos cuadernos, después en una pantalla tiritante, en un teléfono móvil, y de nuevo a veces en unos cuadernos. Los poseedores de cuadernos privados son una raza completamente diferente, organizadores solitarios y resistentes de las cosas, descontentos ansiosos. Quizás diría que esa necesidad de escribir la sufrimos los que al nacer ya llegamos a este mundo con algún presentimiento de pérdida, un poco como coleccionistas de recuerdos y palabras.
En un momento compré una pequeña grabadora de mano para poder dictar lo que no tenía tiempo de escribir por la intensidad de mi vida profesional. Fue un fracaso. Los pensamientos mentales no se organizan igual que la escritura. Y luego transcribir los dictados no me resultó más genuino y útil que retomar las notas escritas sobre papel, o las frases sueltas pescadas y subrayadas en libros leídos con ardor. Desde que cayó en mis manos un iPhone, me hice adicto de la aplicación de Notas y el dictáfono quedó para siempre en un cajón.
Escribir un diario es la obligación de cualquier capitán. De cualquier navegante. Una bitácora diaria que permite recoger los hechos de la navegación, los punteos, las longitudes, las latitudes y las solitudes.  Aunque se pretendía como un expediente de hechos exacto, de factos precisos y casi matemáticos, me doy cuenta que los escritos con los que atraqué en Point-à-Pitre poseen un impulso completamente diferente. Mi realidad descrita se aleja de la actualidad. No posee ese instinto naturalista. Zola se me escapa. Será por mis orígenes, será por mi historia personal, pero envidio la capacidad del retrato preciso. Yo me veo retratando la realidad a golpes de color, encerrándola bajo capas y capas de pintura. Más Jackson Pollock que un detallista casi fotográfico como Antonio López. Mucho más Pollock con sus explosiones de colores superpuestos.
Siempre he tenido problemas para distinguir entre lo que pasó y lo que simplemente podría haber ocurrido o que pudiera imaginar suceder en dichas circunstancias. Y esa es la distinción que me importa.  ¿Cómo me sentía yo en la posición GPS de la Latitud 16º 05.686′ N y la Longitud 48º 09.994′ W? Eso sería lo más ajustado que puedo decir sobre lo que he escrito. Anotaba registros uno tras otros como mimbres de mi historia. Debo recordar lo que era ser yo en ese momento.
Es un punto difícil de admitir. Estamos educados en la ética que otros, cualesquiera otros, todos los demás, son por definición más interesantes que nosotros mismos; enseñado a ser desconfiados y desinteresados de nuestro propio relato. “Memento mori”, recuerda que puedes morir, le susurraban en los oídos del General que entraba victorioso en Roma. Ese mismo susurro se repite cada vez que el YO ocupa un lugar esencial en el papel en blanco en la pantalla limpia de palabras. Sólo los muy jóvenes y los muy viejos pueden contar sus sueños en el desayuno, detenerse en uno mismo, interrumpir con sus recuerdos las conversaciones ajenas. Se espera que el resto de nosotros, con razón, nos abstengamos de participar lo que se nos pasa por la mente. Si no, como tantas veces me ha pasado, pasas por un cronista autorreferencial y egocéntrico que todo lo lleva a sí, y eso molesta o incomoda. Sólo que al escritor no le queda más remedio que rasgar esa cortina de pudor, y lanzarse al vacío del yo. Una y otra vez. Si encima el escritor navega en solitario, no tiene alternativa.
¿Cómo era yo en Lat 16º 07.255′ N, Long 35º 55.419′ W?
Lo escrito me regala trozos de cuerda de la memoria demasiado cortos para usar, un conjunto indiscriminado y errático con significado sólo para mí. A partir de esos retazos rotos, de esos fragmentos, de esos pecios, he ido reconstruyendo la historia como herramienta de reconciliación para mí mismo y todas mis iteraciones. Se nos olvida muy pronto las cosas que pensamos que nunca podremos olvidar. Nos olvidamos de los amores y las traiciones por igual, olvidamos lo que nos susurraron y lo que gritamos, olvidamos quiénes éramos. Me asusta pensar que algún día pueda olvidar la historia que he vivido estas últimas semanas. Me aterra la obliteración. Me obligo entonces a recuperar el tiempo de la escritura. En un esfuerzo titánico, obligo a mi realidad a dejarme solo durante dos horas. Ella -la realidad- mientras, aporrea la puerta de mi espacio físico gritándome y exigiéndome. Sé que si no consigo este espacio de escritura, me devorará y olvidaré. No puedo permitírselo. Estoy obligado a aceptar la realidad, pero no a dejarme devorar por ella. La escritura será mi herramienta de rebeldía, de resistencia, de fuerza interior que tanto me costó conquistar y que ya no abandonaré por nada en el mundo.

París. Boulevard Saint Germain.
11 de abril de 2016
Este es mi punteo: 48°50.961′ N 2°21.081′ E.
Café El Sur. Ahí estoy varado. El pecio de una historia interrumpida momentáneamente. Recuperando fragmentos que la memoria se resiste en abandonar. Hay que escribir para no olvidar, pero sobre todo hay que escribir para vivir, para re-vivir de nuevo, para juntar las piezas, para darle un sentido a la historia que nos contamos a nosotros mismos para sobrevivir.
Comparto un mate con mi hijo mayor y siento que la Vida me ha sido favorable y los problemas por los que regresé de las Antillas tienen un peso muy inferior a su peso específico. Una sonrisa casi beata se instala en mi rostro y siento una radiación positiva rodearme. En los cristales se asoma nuevamente el sol que estaba ausente desde esta mañana. Al entrar un amigo al café, lo saludo y espontáneamente le propongo si no me acompaña hasta el Sena, me muero por un paseo al borde del agua. El Sena, el Mar de París. Siempre lo tuve a menos de 300 metros en «mi» París personal.
El paseo nos lleva por los Quais en dirección del este, por donde solía ir en bicicleta cuando estudiaba en la Sorbonne de la rue Tolbiac. Al llegar a la esquina de Gare d’Austerlitz preferimos alejarnos del agua para penetrar en los hermosos jardines del Jardin des Plantes, flanqueado por los prestigiosos edificios del Musée d’Histoire Naturelle, la Grande Galerie de l’Évolution y los laboratorios de las distintas Unidades de Investigación Científicas. Recuerdos de mi primer paso de vida por París van desfilando con estos paisajes urbanos. En esa época había llegado, por un momento, a soñar con un nuevo ciclo de vida en el que diera un giro copernicano dejando la vida empresaria para volvier a mis primeros amores, la reflexión y la escritura filosófica, pero también literalmente a una relación que había quedado pendiente desde tiempos juveniles. Hoy las obliteraciones me muestran sólo el sol brillante y mis recuerdos están llenos de cariño por aquél amor juvenil, pasional y pasajero. Me digo que para terminar mi peregrinación de bienvenida y gozar de este reencuentro con París de la mejor manera, debo volver a mi rincón de la Île Saint Louis y ver si todavía está Catherine, la librera de la que hablé ya en otra oportunidad.

París. Île Saint-Louis. Rue Saint-Louis en l’Île.
12 de abril de 2016
Hoy el sol acompaña mi espíritu que está decididamente optimista. La frase del día es que pase lo que pase, seremos felices…
Camino por esta vieja y nostálgica callejuela que es la columna vertebral de lo que fue una antigua pradera en pleno centro. La llamaban l’île aux vaches, la isla de las vacas, en el París medieval, y se encontraba entre la Cité, el París Royal, el barrio del Marais. Hay que saber que el lado izquierdo del río –la Rive Gauche-  era las afueras por entonces, con la zona de monasterios y sobre todo el barrio alrededor de la iglesia Saint Germain des Près (de las Praderas).
Es encantador cómo después de siglos, de un desarrollo ya totalmente integrado en el París sustancial, elegante, necesario e inevitable, la isla ha mantenido un carácter propio, de pequeño barrio en el que sus habitantes permanentes se miran y cruzan como habitantes de un reducto gaulois, casi como personajes de Astérix. Mi apartamento estudiantil se situaba en el primer piso del número 22 de la calle principal. Desde el primer día en que me mudé allí, me sorprendió la librería vecina. Estoy casi ansioso de llegar para confirmar si todavía existe y poder saludar a Catherine, que seguramente no me reconocerá después de tantos años.
Siento un gran alivio al ver la fachada tal cual fue siempre, con la puerta cerrada, pero las tarjetas postales del lado de afuera y el cartel que invita a tocar el timbre. Hay luz, señal de que alguien está en el interior. Habrá que encontrar, en el meandro de sus 20.000 libros, en algún recoveco del laberinto bibliográfico, esa alma privilegiada que nos ha visto pasar a todos los viajeros de una época dorada.
Me quedo afuera un rato, sacándole fotos, caminando ida y vuelta entre la puerta de mi número 22 y la puerta de al lado, donde vivía otro vecino prestigioso y adorable, el gran Georges Moustaki, al que hice la afrenta de no reconocer el primer día que nos encontramos por casualidad. Como muestra de reconocimiento y culpabilidad le regalé los 6 frascos de Dulce de leche que me encargó.
Termino por reconocer a Catherine en el fondo de la librería. Vuelvo a toca el timbre y ella levanta su vista con aire de sorpresa. Ya no es tan frecuente que la soliciten en los tiempos en que la gente viaja sin preparación, sin tomar al viaje como una aventura de vida, sino como un momento de consumo, de exotismos estresados imprescindibles para reportar en las redes sociales. Está igual que siempre, 16 años después, para la Sirena de la Librairie Ulysse no parece haber pasado el tiempo. Me da mucho gusto volver a saludarla e intercambiar con ella algunas pocas novedades de la vida transcurrida en las casi dos décadas pasadas. Le cuento de mi viaje atlántico y ella me abre su dimensión de navegante que sospechaba pero desconocía o no recordaba. Vuelvo a sentirme en ese centro de aventuras cuyo padrino no podía ser otro que el inmenso Hugo Pratt. En su tarjeta acumula los títulos más prestigiosos que un aventurero de la vida puede soñar. Miembro de la Sociedad de Exploradores Franceses, Miembro del Club Internacional de Grandes Viajeros, Fundadora del Club Ulysse de pequeñas Islas del Mundo, Fundadora del Cargo Club y sobre todo, dueña de la librería más antigua del mundo dedicada al Viajar y los libros de viaje.
Al despedirme me incita a traerle el futuro libro cuando lo publique y a presentarlo en el Cargo Club que sigue reuniéndose con periodicidad en la librería.
Vuelvo al Sena, el sol brilla con la luz vespertina, el agua corre fuerte esta tarde y pese a que no lo haga con el vigor que me tenía acostumbrado el océano, siento que París me ha mostrado en estos días su mejor cara. Me siento bien por haber regresado a tierra en esta increíble ciudad, llena de rincones que nunca dejarán de atraerme y darme gusto de regresar.
Cruzo el Sena para regresar al Café El Sur y canturreo el tango Vuelvo al Sur. Nunca la letra de este tango me había hablado tan directamente.
Vuelvo al Sur
Como se vuelve siempre al amor
Vuelvo a Vos
Con mi deseo, con mi temor
Llevo al Sur
Como un destino del corazón
Soy del Sur
Como los aires del bandoneón
Sueño el Sur
Inmensa luna, cielo al revés.
Vuelvo al Sur
El tiempo abierto y su después
Quiero al Sur.
Su buena gente, su dignidad.
Siento al Sur.
Como tu cuerpo en la intimidad.

CUARTA ETAPA: EN MITAD DE NINGUNA PARTE

La noche del miércoles, tras el golpe y el enorme susto que sucedió en la mañana, fue inquieta, movida, pero no tuve nada que lamentar. El mar se ha ido calmando y al menos me dejó descansar. Aunque con interrupciones, pude conciliar unas buenas siete horas de sueño. El récord absoluto de la travesía. Las necesitaba después de lo que había pasado. Navegando no se suelen dormir más de tres a cuatro horas seguidas, pero te sientes igual como cuando en tierra duermes seis u ocho. Haber dormido esa noche siete horas, era como si en la cama normal me hubiera aplastado durante doce horas de un tirón.

Ya descansado, el ánimo regresa. Aunque las olas enormes siguen inquietándome e incomodándome periódicamente, la situación en general vuelve a ser «soportable».

Punteo GPS a las 12:20 UTC del jueves 24 de marzo del 2016.
16º 52.460′ N y 40º 16.130′ W – Rumbo 290º, Viento con tendencia a bajar hacia 20 Knts. Fuerte oleaje aún de 2 metros y más. Velocidad muy oscilante alrededor de 6 Knts. Distancia a destino 1242 Nm. En las últimas 17 horas hemos realizado 104 millas. Buen promedio absoluto de 6,1 Knts de distancia directa, o sea descontados los desvíos por bordos.
Punteo GPS a las 22:20 UTC del jueves 24 de marzo del 2016.
16º 21.100′ N y 41º 03.000′ W – Rumbo 245º, Viento más suavizado alrededor de 20 Knts. Ola todavía fuerte marejada de arrastre. Velocidad promedio de 6 Knts. Distancia a destino 1189 Nm. Mal promedio en las últimas horas al hacer un bordo hacia el Sur. No es muy favorable.
Por primera vez cruzo a un barco, pero no llego a saber bien de qué tipo de barco se trata porque sólo le divisé las luces muy a lo lejos. Según el plotter, me pasó a alrededor de 3 millas de distancia. Iba a motor, a unos 13 nudos.
Punteo GPS a las 09:00 UTC del viernes 25 de marzo del 2016.
15º 39.595′ N y 41º 50.750′ W – Rumbo 250º, Viento entre 15 y 20 Knts. El oleaje se ha atenuado sensiblemente, no llega a estar allanado, pero es una marejadilla muy llevadera entre 1 y 1,5 metros. Velocidad 6-6,5 Knts. Distancia a destino 1138 Nm. La noche no fue muy buena en avance pero al menos he podido descansar bien.
Con los vientos más calmados, me dedico la mañana a hacer un poco de mantenimiento y sobre todo, decido bajar por completo la Vela Mayor para reacomodar las fajas de los sables. Los sables son unas varillas que se colocan en forma horizontal en la Vela Mayor para darle cierta rigidez en su curvatura, para que no ondule como si fuera un pañuelo agitado, sino que se hinche con buena forma. El trabajo que me hicieron de reparación en Cabo Verde había repasado todas las costuras de la Vela, pero no habían retocado las fajas que contienen los sables. Obviamente al quedar esa zona como único punto frágil, por ahí es por donde se comenzó a hacer un esfuerzo inhabitual. Esta vez, habiendo comprado las agujas de coser apropiadas y el hilo acorde con el tejido especial de velamen, y, aprovechando que las condiciones eran por primera vez, más bien tranquilas, intento las reparaciones atado con el arnés a la botavara, pero de pie o sentado con toda la vela desplegada sobre cubierta. La postura es incómoda y toda la operación muy dificultosa. Me acuerdo mucho de mi abuela cuando cosía siempre con un dedal en su dedo ¡Cómo me hubiera venido bien ese dedal, Abuelita!
Punteo GPS a las 18:00 UTC del viernes 25 de marzo del 2016.
15º 24.783′ N y 42º 34.790′ W – Rumbo 290º, Viento suave alrededor de 15 Knts. El rumbo muy al sur nos llevó a perder velocidad y avance. Después de todas las reparaciones vuelvo a poner el rumbo más hacia el paralelo 16. La ola sigue de suave marejadilla bien orientada. Velocidad entre 6,5 y 7 Knts. Distancia a destino 1096 Nm. En previsión de la noche y, después de haber cambiado el rumbo, prefiero igualmente subir hasta un rizo la Vela Mayor y el Génoa sólo desplegado a 3/4. Decido esperar acontecimientos por si es necesario optar por una solución diferente.
Nací en Buenos Aires, frente al Río de la Plata, que los conquistadores españoles llamaron Mar Dulce, sencillamente porque tiene apariencia de mar, pero es de agua dulce. En mi infancia ése fue mi Mar. Lo veía desde el balcón del apartamento familiar y soñaba con surcarlo algún día. No era el mar, pero era mi puerta hacia él. Cuando de niños estábamos de vacaciones en algún lugar a orillas del mar, no salíamos del agua hasta que los sándwiches de milanesa completa o la reiteración de gritos y urgencias no nos imponían el fin del día de mar.
Pero fue cuando empecé a leer las historias de descubrimientos, de los grandes navegadores, la magnífica historia del Infante Enrique de Portugal, Enrique el Navegante, y más tarde a Dove, la aventura del primer adolescente que se lanzó a dar la vuelta al mundo en solitario con escasos 16 años y un Sloop de apenas 8 metros, que comprendí que si algo en esta tierra me fascinaba era el Mar.
Pero, por increíble que parezca, mis dos aspiraciones mayores: vivir en el mar y desarrollar mi creatividad, quedaron siempre postergadas. Eran vistas por mi espíritu como frutos del Paraíso que no podría acceder si no estaba dispuesto a entregarme enteramente a ello. Y ahora al encontrarme en este absoluto medio del mar, escribiendo y soñando con seguir haciéndolo, no podía dejar de evocar esa conciencia íntima y profunda de encontrarme en el medio de la vida.
Para mayor coincidencia, ese mismo día, recibí un mail de un amigo parisino en el que me cita a Barthes cuando hablaba de una etapa en el medio del camino de la vida, que no forzosamente corresponde con lo temporal sino en ese momento que separa nuestra vida en esa sucesión de lo cotidiano y otra en la que aspiramos al camino de la creatividad. No podía haber visto mejor el sentido de este Viaje del Clinamen.

Punteo GPS a las 00:00 UTC del sábado 26 de marzo del 2016.
15º 30.430′ N y 43º 15.800′ W – Rumbo 290º, Viento moderado de entre 15 y 20 Knts. con algunos sobresaltos, algunas ráfagas racheadas. El oleaje es razonable, no muy acentuado. Velocidad 6,5-7 Knts. Distancia a destino 1056 Nm. Volvemos a realizar buen promedio con las últimas 40 millas efectuadas en 6 horas, lo que nos da 6,7 Knts. Excelente.
Punteo GPS a las 08:30 UTC del sábado 26 de marzo del 2016.
15º 39.005′ N y 44º 11.860′ W – Rumbo 290º, Viento reforzado entre 18 y 21 Knts. La ola también ha subido nuevamente a los 2 metros. Velocidad 6,5-7 Knts. Distancia a destino 1000 Nm. ¡Muy buen avance durante la noche! En 8,5 horas recorremos 56 millas lo que nos da un promedio absoluto de 6,6 nudos.
Hoy hay desayuno especial para festejar la marca de las 1000 millas restantes. Huevos, frijoles y arroz, típico desayuno caribeño.
Punteo GPS a las 18:30 UTC del sábado 26 de marzo del 2016.
15º 50.763′ N y 45º 18.202′ W – Rumbo 290º, Viento moderándose entre 15 y 20 Knts. El oleaje también algo atenuado entre 1,5 y 2 metros. Velocidad 6,5-7 Knts. con ciertos momentos más bajos. Distancia a destino 936 Nm.
Empiezo a observar cada vez mayor presencia de sargazos en el mar y algunos de ellos directamente enrollados en el hydrogenerador. Espero que su presencia no sea un motivo más de preocupación.
Al atardecer me sobrevuelan tres golondrinas, que siguen mi estela durante un buen rato, sin mayor sentido que el de acompañarme. Luego un espectáculo de ballet mudo de peces voladores, unos saltando por babor, otros respondiendo por estribor, grandes saltos, vuelos bajos, cortas apariciones, largos recorridos, impresionantes. Una fiesta de la naturaleza que precedía a un atardecer anaranjado. Mi reflexión, por la noche, al recibir el regalo de la luna fue que la vida es maravillosa, pero que uno debe ir a buscarla para encontrarla, no viene sola.
Compadezco a quienes la vida les ha regalado todo, a quienes sin esfuerzo todo les cayó ofrecido y en el mejor de los casos logran sostener con relativo mérito la herencia que les fue obsequiada por el beneficio de la cuna. Yo, estoy aquí porque me la he currado, pienso para mis adentros.
Por la noche observo que tengo poca batería. Efectivamente, el hydrogenerador está atascado de algas en su hélice y ya no puede girar y generar como es de esperar. Es muy peligroso intervenir en él con la noche caída. Esperaré hasta que amanezca.
Punteo GPS a las 00:00 UTC del domingo 27 de marzo del 2016.
15º 53.395′ N y 45º 52.900′ W – Rumbo 290º, Viento entre 18 y 20 Knts. Velocidad 6,5-7 Knts. Distancia a destino 902 Nm. Una marca sobre 24 horas muy buenas de 154 millas.
Hoy es Domingo de Pascua y la Madre Naturaleza me obsequia para el almuerzo Pascual con dos pescaditos voladores. Están bastante frescos al despertar, aunque ya muertos sobre la cubierta, por lo que no tengo escrúpulos en ofrecérselos a la sartén.
Como es de rigor y más que merecidamente, llamo al mediodía a mi madre que se emociona al escuchar mi voz. Ha estado siguiendo las crónicas, pero obviamente que el contacto directo le permite apreciar mucho mejor la vitalidad y el buen humor que aún me quedan a esta altura de la travesía. También a mí me da mucho gusto haber hablado con ella.
Punteo GPS a las 20:25 UTC del domingo 27 de marzo del 2016.
16º 03.313′ N y 48º 10.390′ W – Rumbo 285º, Viento entre 15 y 18 Knts. Ola entre 1 y 1,5 metros. Velocidad 6-6,5 Knts. Distancia a destino 770 Nm.
Hoy es Lunes de Pascua. Feriado en Francia y en Cataluña. Es un muy buen día de navegación, desde la noche hemos realizado 132 millas y nos mantiene en el promedio absoluto de 6,43 Knts.
Ayer tuve regalos de la Naturaleza, hoy toca que me regocije con la felicidad de sentir a través de algo simple como unas palabras justas, la buena visión que a la distancia solo puede tener un amigo. Gracias a la Vida, canturreo en un instante a Violeta Parra, interrumpiendo el fondo de jazz ambiente. Dejo el teléfono a buen resguardo para disfrutar unos minutos de no hacer nada más que contemplar el entorno magnífico que me rodea y gozar de este momento de comunión espiritual.
En ese instante, las olas, que por la mañana creía que se habían allanado un poco (tan solo medían metro y medio incluso muchas de ellas tan sólo un metro), de repente me parecen más blancas y vigorosas. Me yergo pensando que debe ser la sensación dada por estar acostado en el fondo de la bañera.
En ese preciso momento, diviso a una ola que viene detrás de otra, más espumosa que lo habitual, imponente. El Clinamen parece ponerse ligeramente de costado por acción de la primera y la segunda, fabulosa, amenaza desde su impresionante altura de 3 metros medidos desde el valle de la ondulación. Me mantengo confiado en mi cabalgadura y concentrado en el espectáculo. La terrible masa perseguidora ya es todo burbujeo blanco, acercándose más veloz que nuestros 8 nudos. Siento el terrible impacto contra un costado del casco. La otra mitad de la ola nos sobrepasa e inunda por el otro. El maravilloso Clinamen aguanta el cimbronazo por la aleta de estribor cuando la otra parte de la onda parece querer invadir su babor arremetiendo cientos de litros en una trepada incesante. El navío, sale indemne del trance, orgulloso. Siento que me observa desde su magnífica rueda de metro y medio en la que yo veo dibujado su rostro feliz. Estoy nuevamente en estado de éxtasis emocional. ¡Qué maravilla, me faltan palabras para describir mejor el instante de vida!
Retomando la calma de las siguientes ondulaciones de apenas dos metros, ya un clásico al que nos hemos habituado, mis reflexiones son de puro agradecimiento. Recuerdo el pensamiento que tuve hace unos días tras el incidente con la botavara: las olas son como la vida. Hay pequeñas, grandes, cortas, largas, de todos los colores, pero sobre todo las hay suaves, que nos acarician y nos mecen en los momentos agradables, de disfrute, como las hermosas olas que me habían dado tanto placer al acompañarme en alguna playa, mientras hacía el amor con mi Sirena. Otras, en cambio, te azotan con tanta violencia que parecería que han surgido del fondo del océano exclusivamente para golpearte.
La gran ola ha pasado y puedo volver a sentir la tranquila ondulación a la que el trimado obedientemente venía acostumbrándonos. Mi corazón está lleno. ¡Me siento vivo! ¡Para eso estoy aquí! repito como cuando me emocionaron los delfines en forma tan ingenua e infantil. ¡Para eso es que vivimos! Sentir la proximidad de la muerte nos hace más fuertes y prudentes. También más amantes, más sensibles y comprensivos. Más humanos, más cerca de la Naturaleza.
Punteo GPS a las 17:00 UTC del lunes 28 de marzo del 2016.
16º 04.171′ N y 50º 25.860′ W – Rumbo 270º, Viento entre 15 y 18 Knts completamente de Este. Netamente de empopada. Logro poner las velas en Orejas de Burro, o sea una para cada lado. No es muy estable pero la ola como se modera a aproximadamente a 1 metro y se hace manejable. Velocidad 6,5-7 Knts. Distancia a destino 640 Nm.
Las Orejas de Burro están bastante irregulares hasta que se me ocurre la idea de usar el Tangón del spinnaker para retener el Génoa. Aunque éste quedará muy abierto, iba a evitar que estuviera flameando tanto y perdiendo eficacia en el trimado. La operación no es sencilla de realizar y corro contra el tiempo porque no quiero que estas maniobras de proa las tenga que llevar a cabo sin luz diurna. Finalmente como a las 20:00 Hs UTC he logrado estabilizar el trinado con el Génoa atangonado.
Pego un grito de felicidad y de orgullo merecido.
Punteo GPS a las 00:45 UTC del martes 29 de marzo del 2016.
16º 00.850′ N y 51º 19.560′ W – Rumbo 290º, Viento muy variable e inestable entre 15 y 22 Knts. Totalmente de Este. Olas de 1,5 metros. Con el Génoa atangonado me pongo ligeramente de Aleta y la velocidad sube casi ideal. Velocidad 7,5-8 Knts. Distancia a destino 588 Nm. 156 millas realizadas en 24 horas. Buena marca, nuevamente con 6,5 Knts de promedio absoluto.
Punteo GPS a las 09:00 UTC del martes 29 de marzo del 2016.
16º 06.800′ N y 52º 14.750′ W – Rumbo 295º, Viento intenso de 20 Knts. tendencia a empopar viniendo del Este. Velocidad 6,5 Knts. Distancia a destino 535 Nm.
Punteo GPS a las 19:00 UTC del martes 29 de marzo del 2016.
16º 06.189′ N y 53º 21.990′ W – Rumbo 295º, Viento de Este moderado entre 15 y 20 Knts.
Sigo con el Génoa atangonado que se comporta más estable y puedo aprovechar el rumbo de puro Oeste al tener, ahora sí, el alisio bien de Este. Velocidad muy variable entre 6-7,5 Knts. Distancia a destino 470 Nm. 65 millas recorridas en las últimas 10 horas. Ya empiezo a sentir el final del viaje. Las previsiones meteorológicas son positivas, con condiciones equivalentes hasta la llegada. Previsiblemente, si logramos mantener el rumbo y la velocidad llegaremos en la noche del 1 de abril.
Espero grabar en mi mente todas estas emociones que mi corazón está sintiendo, que no me lo olvide cuando, ya de regreso en tierra, tenga que lidiar contra lo cotidiano, lo desagradable y contra los nefastos seres que nos corrompen el espíritu a veces encubiertos, otras veces violentamente opuestos.
Termino de escribir la frase y lloro. Lloro de la alegría y de la emoción que me procura poder escribir todo esto. Nunca lloré tanto como en esta travesía. Nunca me sentí tan vivo, tan feliz de estar viviendo lo que vivo, con sus momentos altos y bajos. Esta capacidad de llorar y emocionarme sin límites es lo mejor que me está ofreciendo este Viaje. El mejor aprendizaje posible. Gonzalo se habrá encontrado con Gonzalo, pero lo ha hecho para poder regresar mucho más que el Gonzalo que se fue.