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Olas-de-Libertad-versión-completaLeer Olas #1-12 en Ficciones
Cuaderno de bitácora de un navegante-explorador
El viaje a las Australes no sucedió para nada como podía esperar.
Desde el punto de vista del barco estoy más que conforme, el Clinamen se comportó en toda circunstancia por lo alto, sacando lo mejor del poco viento en la ida y aguantando con estoicismo los momentos más duros en el fondeo de Tubuai. El motor me dio sobresaltos como para mantenerme en vigilia y sin exceso de confianza, pero al conocerle sus mañas, somos como esa vieja pareja que por la intensidad de la pelea se da cuenta que no es tan grave disentir. Todo es cuestión de tolerarse y encontrarse la vuelta. Si fuera por mí, navegaría exclusivamente a vela, prescindiendo del uso del motor.
Las condiciones de navegación tampoco fueron ideales. No hubo un solo día realmente favorable. La paciencia se impuso por falta, o por exceso de viento.
El tiempo para pensar en uno, en su vida y en todo lo que la recorre, desde el pasado hasta el presente y los frustrados futuros, se hizo dueño de las horas y conversó con las olas y su aliado, el horizonte eterno.
La relación de los mares con sus olas características es curiosa y para destacar. Para mí son el alma de cada mar. Existen las largas y gigantescas del Atlántico, las cortas y nerviosas del Mediterráneo, las breves pero parejas del Caribe o las cruzadas y confusas del Pacífico.
Estas últimas merecen una atención particular porque no se dejan definir, desde el momento en que el europeo le puso el equívoco mote Pacífico. Este vasto mar sabe que esa denominación no le corresponde ni de hecho ni en apariencia. Parece que su oleaje buscara rebelarse al nombre que no considera apropiado.
Lo vivimos, el Clinamen y yo en esta travesía, pasando de un símil lago quieto e infinito, al interminable infierno del temporal, y eso que sólo nos tocó su coletazo, el centro de la perturbación se situaba a 1.400 kilómetros.
En el instante en que escribo, se ha vestido de sus formas más agradables, imitando en algo a su hermano Atlántico, con sus bellas ondas largas y majestuosas. El viento es suave y hace que las condiciones sean excepcionalmente agradables. No tengo ningún apuro ni razón para llegar un día antes o después a destino. El cambio de programa me deja un margen para disfrutar esta apacible marcha, en forma consistente, porque avanzamos, pero sin ritmo esforzado. Probablemente la velocidad de 4 nudos sean a la vela lo que los 80 km/h en coche por una carretera mítica como la 66 o su prima la RN40 patagónica.
Puro placer, sin tensiones excesivas ni inmovilidad. Disfrutar sin apurarse.
Nací enfrente al estuario del Plata, que en rigor, más que Río es parte del Atlántico y toda la historia aprendida de niño tenía relación con esta Mar Océana. La playa, los veranos, el salitre y el yodo, todo tenía olor y vida atlántica. Los Atlantes y los expedicionarios españoles y portugueses, que se embarcaban a cruzarlo casi a ciegas, reemplazaron en mi espíritu a los dioses griegos y a su rica mitología. Si hubiera sido europeo, probablemente esos héroes y semidioses helénicos y mediterráneos hubieran llenado mi imaginario, pero siendo americano y mirando al Este, el Atlántico fue siempre el horizonte sobre el cual me permitía soñar.
Cuando hace dos años realicé el cruce del Pacífico, descubriendo en el trayecto las fabulosas e intrigantes islas Galápagos, este Mar de los Mares, me atrapó, con mucha probabilidad, en forma definitiva.
Hoy, el almirante Colón y su nuevo horizonte para la humanidad, va dejando un lugar en el podio, junto al Corto Maltés, a un personaje con el que me identifico en múltiples facetas, el corsario franco argentino Hipólito Bouchard. Me entusiasma seguir su ruta de exploración y de aventura, emprendida con los medios limitados de su época, y una gran capacidad para motivar a su tropa, que lo seguía en aventuras osadas y en ciertos casos disparatadas, pero siempre enarbolando la bandera celeste y blanca, la de la Libertad, ya consagrada en el Río de la Plata.
Había obtenido la primera patente de corsario, después de haberse ganado la confianza de las autoridades como parte del primer regimiento de Granaderos sanmartinianos. Allí entabló una relación especial con su jefe, que lo solicitó secretamente, así como al almirante Guillermo Brown, para organizar el traslado del ejército libertador desde las costas chilenas hasta el fuertísimo puerto del Callao. Si lograban la sorpresa de llegar al corazón del imperio en su vastedad sudamericana, asestarían un golpe magistral, como en efecto, la historia nos enseña que sucedió.
San Martín se quedó gobernando el Perú, intentando fundar una estabilidad criolla y americana, mientras que nuestro Bouchard solicitó la autorización para seguir hostigando los puertos y fortalezas reales en toda la costa pacífica.
Así fue como ayudó a la liberación de los pueblos centroamericanos y les transmitió el amor por los colores celeste y blanco que incorporaron en sus banderas, las de Nicaragua, El Salvador, Honduras y Guatemala.
Tal fue la hazaña de este gran marino y líder fenomenal que llegó a tomar las plazas californianas de Los Ángeles y San Francisco.
Cruzó el océano y trabó amistad y alianza con los pueblos polinesios de Hawaï. Dirigió sus hostilidades hasta la plaza fuerte de las Filipinas, siempre representando a las Provincias Unidas del Río de la Plata. Llevaba la palabra de la Libertad y el hostigamiento contra las autoridades imperiales hispánicas como estandartes de su buque corsario.
Pero no hay registro de que hubiera pasado por las islas Australes. Éstas habían sido visitadas por primera vez por el británico Cook. Posteriormente los franceses se interesaron en extender su influencia desde Tahití y establecieron un protectorado previo a la anexión cerca de 1890.
El dialecto polinesio que se habla es diferente al tahitiano y hay quienes sostienen que tiene más en común con el maorí neozelandés.
Son remotas, su nombre nos las hace situar mentalmente lejos de todo.
Sin embargo, no más llegar a Rurutu me sentí en confianza. El fondeo excelente y sin problemas, lo que predispone de la mejor forma.
Fondeé en el centro de la dársena protectora, ya que Rurutu no tiene arrecife de coral que la proteja. Su morfología es muy particular, ya que es una isla formada por la elevación de la costra terrestre, lo que dio lugar a grandes y curiosas grutas y acantilados correspondientes a los antiguos arrecifes coralinos sobreelevados.
La mirada y acogida de los primeros habitantes con los que me crucé en tierra me agradó, por su sonrisa amplia y un espontáneo Ia Ora Na. Apenas unas pocas palabras intercambiadas y el contacto se hace familiar y ameno. De las 5 islas, Rurutu es la más poblada con 2400 habitantes, lo que da una idea de la poca densidad. Es también donde murió la última dinastía real que permitió la protección y anexión a Francia.
Toda la costa está caracterizada por hileras de casuarinas cuyas raíces retienen la tierra o arena contra la erosión en mejor medida que los cocos.
La isla tiene una localidad más importante, Moerai, donde se encuentran el muelle, los servicios de todo tipo y los comercios. Una carretera costera permite dar la vuelta, pero la parte sur es de difícil recorrido y está deshabitada.
En el medio, existe la ruta traversera que permite ir del oeste al este de la isla, de Moerai a Avera, la segunda localidad, una aldea con poca cosa aparte de la mejor playa, donde aproveché para echarme una siesta en total soledad. En mitad de esta ruta que atraviesa el corazón de la isla sale el sendero por el que se puede subir a pie hasta el monte Manureva, el punto culminante que permite admirar a 360 º la morfología maravillosa de esta joya austral.
Otra particularidad de esta isla son sus grutas, como la llamada Mitterrand, en homenaje a su visita en 1990. Son grutas conformadas de estalactitas y estalagmitas, curiosas pero a mí no me impresionan ni agradan en particular.
La historia de la población de Tubuai es bastante curiosa y reciente, porque parece haber sido de las últimas islas pobladas por los polinesios, unos pocos años antes de la llegada de los europeos. Sin embargo debían haberse encontrado bien a gusto para no dejarse invadir ni por Cook ni por los famosos amotinados del Bounty, que dejaron como supuesto vestigio de su intento de refugiarse un ridículo paraje llamado Fort George, donde se supone que se fortificaron los pocos meses que pasaron en Tubuai intentando instalarse hasta ser expulsados por los locales.
A raíz de esta leyenda está creciendo en mí la idea de una nueva ficción que ya veremos si germina como buen fruto de esta visita.
Es de destacar que aparte del excelente snack frente al muelle, pero que sólo está abierto al mediodía, hay una pizzería de excelente calidad y mejor servicio y simpatía, que abre sólo a la noche. Se llama Chez Vincenzo y fue creada por un italiano que llegó con la legión y finalmente se enamoró de una vahiné local y se quedó creando este negocio y otros.
Después de su muerte, Hiva, su yerno, tomó la gestión y trabaja junto con el pizzaiolo Johann, originario de Narbona, pero ya aquerenciado con la vida suave de esta isla.
También es de señalar que es la única de las Australes que dispone al día de hoy de internet 4G, lo que fue bienvenido para poder trabajar todos los asuntos profesionales en retraso. Hasta me dio la posibilidad de favorecerme con una entrevista de la televisión argentina, curiosa por mostrar el derrotero de un argentino por los confines del mundo.
En la temporada de las ballenas, como Rurutu no tiene barrera de coral, las enormes criaturas se acercan mucho de la costa y para poder observarlas, encontramos dispuestos en varios sitios claves de la ruta costera, miradores con mesas y bancos para esparcimiento de la gente y admiración del espectáculo.
Una especialidad de la gente de la isla es el trabajo artesanal a base de hojas de pandanus. No conseguí el sombrero que hubiera deseado, pero en cambio me compré una matera excepcional. Muy lindo trabajo artesanal con unas simples tiritas que permite llevarla de mochila en los paseos “de mateo por el monte”. También compré una sábana o manta muy colorida, pintada a mano. Todo esto se puede ver por la mañana en el mercadito al lado del muelle donde vienen las mujeres con sus cosas para vender, artesanías o frutas y verduras. La bondad y generosidad de esta gente es tal que como no podía conseguir quién me alquilara una bici para visitar la isla, una joven me ofreció prestarme su bicicleta medio destartalada con la que pude ir hasta Hauti, la tercera localidad, una aldea al sur, sobre la costa oeste. Para poder agradecer esta clase de gesto siempre llevo varios frascos del Dulce de Leche que fabrico en Francia. Al regresarle la bici, le regalé uno para su niña que estaba encantada.
La distancia entre Rurutu y Tubuai es de solamente 120 Nm (millas náuticas), lo que representa una jornada de navegación con un promedio razonable de 5 knts (nudos, milla por hora).
Llegué a Tubuai corrido por la depresión venida del huracán que hacía unos días había azotado las islas Vanuatu. Nomás me fondeé, el horizonte gris se volvió negro y minutos después se descargó la cola de ese temporal que aunque su corazón estaba a 1400 kms, la fuerza periférica fue bestial.
Me obligó a permanecer “encerrado” en el barco desde el sábado a la noche hasta el martes en que pude descender a tierra.
Cuando al fin pude hacerlo, Tubuai, como Rurutu, me maravilló. Hé decidido regresar a las Australes en agosto próximo. Aunque la temperatura baje un poco (hasta 12-15ºC), la temporada de ballenas y la oportunidad de conocer el invierno de este archipiélago, lo justifican ampliamente.
La visita de Tubuai me terminó de abrir la comprensión sobre las enormes posibilidades de un desarrollo sustentable y deseable para estas islas. Poseen muy buenas perspectivas económicas provenientes del turismo y de su suelo riquísimo para el desarrollo agrícola con buenas prácticas. No tienen exceso de población sino por el contrario, baja densidad y poca conflictividad. Solamente necesitan resolver dos ecuaciones que requerirían de un apoyo público. La cuestión energética, así como el recurso del agua y el transporte de cargas y personas, que todavía es muy poco y caro por la lejanía al centro de la Polinesia (600 km de Tahití).
Es indispensable, para un desarrollo sustentable, que las islas sean autónomas desde el punto de vista de la energía habitual. Para ello se benefician de 2 de las principales fuentes energéticas naturales, el sol y el viento en abundancia y regularmente. La base del desarrollo pasa por instalar suficientes unidades de generación de la energía solar y eólica. Al recurso del agua, como y’a lo señalé en mi visita a las islas Marquesas, bastaría con la instalación de una buena central de desalinización para proveer en cantidad y a bajo coste el recurso esencial del agua potable. Como también tienen temporadas de lluvia, al construirse pozos o lagunas de captación, se podría almacenar lo suficiente para no necesitar acarrear las contaminantes botellas de plástico y educar a la población a beber más jugos de frutas sanos que las gaseosas se endulzadas, responsables por buena parte de la obesidad de la población.
Estaciones de desalinización, los israelíes han sabido desarrollar con la mejor tecnología y a costos razonables para convertir un desierto en un vergel. ¿Por qué no se podría requerir esta clase de ayuda estructural de parte de la metrópolis europea, en lugar de que mucho presupuesto se vaya en subvenciones corrientes para hacer venir desde tan lejos los productos necesarios para alimentar a la población? Hoy se subvenciona la carne roja envasada al vacío que viene de Nueva Zelanda o congelada que viene incluso de Sudamérica pasando por Jamaica. Los circuitos de aprovisionamiento en materia de alimentación son totalmente repensables desde una óptica de desarrollo autónomo y sustentable, en beneficio de la población, de la economía polinesia e incluso de los fondos europeos que se destinan. Sería conveniente y factible de negociar que por cada euro de subvención actual al consumo, se destinen un euro y medio pero para desarrollar los bienes en el propio Fenua, como se dice al Terroir, en lengua local. Lejos de descabellado, sería un desafío más que abordable y deseable para las autoridades locales y para las europeas, que verían un desarrollo a largo plazo y estratégico, al ver alejarse el peligro de que la influencia económica china en el Pacífico termine haciendo lo que la actual ceguera europea le impide realizar.
No llegué a estas sólidas conclusiones simplemente admirando el paisaje como un vulgar turista, sino recorriendo y conversando con los lugareños.
En Tubuai pude alquilar una bici eléctrica, a la señora Dalyda, que encontré en el ayuntamiento, en la preparación de las festividades por el día Mundial de la Mujer. Pude dar la vuelta a la isla y pasar en ambos sentidos por la ruta traversera que va de norte a sur de esta pequeña isla ovalada.
La naturaleza fue particularmente bondadosa con Tubuai. Desde el magnífico lagón que la protege por medio del arrecife de coral y que forma algunos motus paradisíacos, muy frecuentados por los locales en sus fines de semana y en vacaciones. Pasando por el interior de la isla ligeramente montañoso, fértil y accesible, en donde se pueden producir suficientes alimentos como para alimentar a toda la polinesia junto con lo que se produce en las Marquesas y en Tahití.
Donde no es tierra productiva, se pueden desarrollar actividades turísticas, pero queda muy claro que generar un bienestar sustentable para las 2300 personas que habitan este maravilloso lugar no es imposible sino que quizá todavía no se haya propuesto seriamente, coordinando los diferentes estamentos de decisión.
Quiero destacar el maravilloso encuentro y amistad que surgió al conocer a Huri y su padre Joseph, que me invitaron a compartir con ellos la cena de Sashimi fresco y el despiece de un pescado enorme, el Salmón de Dios, que nunca había visto más que en filete servido en un plato o en el supermercado. La generosidad y apertura franca de esta familia es a la imagen del espíritu local, no son una excepción. Volví a encontrar la misma reacción exuberante y abierta con el joven Ramón (así le llamé porque su nombre así sonaba, pero me resultaba impronunciable) de la estación de servicio donde dejaba amarrado mi Dinghy. Todos estaban felices cuando les transmitía lo mucho que me agradaba su isla y que tenía intenciones de regresar en agosto. De más está decir que para ambos tenía frascos de Raffolé para obsequiarles y hacerles sentir tan bien conmigo como yo me sentía con ellos.
En agosto es la temporada de ballenas australes, que vienen a reproducirse, como sucede en la Patagonia, antes de descender luego para el verano antártico. Por esa razón, aprovecharé la ocasión para venir a navegar nuevamente por este archipiélago maravilloso y conocer las otras islas que me quedaron pendientes de visitar. Hará más baja temperatura pero estoy seguro que será totalmente compensado con vivencias únicas por las que vale la pena navegar.
El Clinamen y yo debíamos bajar a Tahití lo antes posible, para organizar luego el regreso a Francia. No tenía aún mucha idea de cómo iba a hacer para dejar el barco.
Me sentía intensamente feliz después de todo lo vivido con el cruce oceánico, el encuentro con un ser tan querible como Xin Ping, en las circunstancias en que se dio y la exploración maravillosa de las islas Marquesas.
Zarpé de Tahuata en dirección a Tahití con la opción de hacer escala en uno de los atolones del archipiélago de Tuamotu, preferiblemente Fakarava, por tener una passe ancha que es más fácil de afrontar por primera vez.
Las condiciones eran favorables, no había grandes vientos previstos, y los que había estaban bien orientados, de través. El oleaje era del Este, por lo que nos tocaría de lado, lo cual resulta incómodo, pero al menos no frena una buena marcha.
Según mis cálculos, la travesía de Tahuata a Fakarava nos llevaría 3 días de navegación y después de un día de reposo, seguiríamos hasta Tahití en el tramo final de casi 2 días.
Todo a bordo se desarrollaba como estaba previsto, ya habíamos navegado un día y medio. La bitácora iba dando cuenta de ello, pero al final de esa tarde, me pareció percibir en el horizonte, por popa, un frente de tormenta bien cargado.
Estaba tranquilo porque había estudiado bien la previsión, que para ese período daba cuenta de un viento moderado de noreste. También había cómodamente trimado (como se dice a posicionar las velas, en lenguaje náutico) de empopada. Estaban bien abiertas al viento de atrás, de la popa. Este no es el tipo de navegación más sencillo, es más bien incómodo, pero me permitiría soportar ráfagas de viento bastante fuertes, ya que el barco podría surfear las olas que acompañan las racheadas.
De repente comenzó a caer una tromba de agua y el horizonte se tiñó de un negro total. El oleaje había multiplicado su altura por dos, superaba los 2 metros, con algunas puntas, quizás de hasta 3 metros.
Con Clinamen hemos pasado anteriormente por esta clase de situación y yo confío en mi compañero, sabemos que hay que mantener la calma.
La temperatura bajó brutalmente con la humedad y fui un minuto a la cabina a buscarme una polera para mantener el cuerpo caliente.
Súbitamente, cuando subía los 4 escalones hacia el cockpit, escuché un tremendo Bang! Sientí que la embarcación partía de lado, sin gobierno. El autopiloto había soltado el control y en pocos segundos tenía que analizar la situación y buscar soluciones.
La primera medida fue restablecer un rumbo controlable y volver a configurar el autopiloto, asistente obligado para un navegante solitario, sobre todo en una circunstancia de maniobra crítica.
La segunda fue constatar que el estay de popa (cabo o cable que sostiene el mástil hacia popa) había quedado totalmente suelto y que la polea que permite ajustarlo tirando el mástil hacia atrás, había explotado. El ruido, había sido la botavara (temible barra horizontal sobre la que se monta la vela mayor) que golpeó violentamente contra dicha polea. No me detuve a pensar el cómo sucedió el incidente, eso sería para después. Antes que nada debía tomar las medidas apropiadas. Con las ráfagas de viento soplando por rachas, acelerando violentamente y cayendo después, si no sostenía el mástil debidamente, podría romper todos los obenques (cables que sostienen al mástil en los lados) y el estay de proa (cable que sostiene hacia adelante) y terminar desmatando.
No podía dejar que esa visión catastrófica se instalase en mi espíritu. “Rápido, soluciones”, le reclamaba mi espíritu a mi mente.
En un santiamén, me precipité hacia el amantillo, también llamado balancín (cabo que sostiene la botavara). Me resultaba la única solución urgente para reconstruir la función del estay roto, que sirviera de estay de fortuna. La botavara se sostendría con la propia vela.
Una vez puesto el barco en situación estable, reduje el velamen. Puse el motor en marcha para tener mayor control del rumbo, ante las condiciones que seguían agitadísimas, enrollé la mitad del génoa (la vela triangular de delante) y tomé un rizo de la vela mayor.
Terminadas las maniobras, el viento parecía haber amainado ligeramente o al menos ya no habían ráfagas tan fuertes. El Clinamen estaba nuevamente gobernable seguro y me podía sentar a reflexionar.
“¿Qué nos pasó? ¿Qué diablos nos pasó por encima?” Justo en el momento en que yo había bajado a la cabina. “¡No tiene cojones!”, diría un amigo español.
“¿La culpa la tuvieron las olas?” me pregunto.
“No, nunca echarle la culpa a las olas”, me digo, me respondo, pensando…
Las olas son el clinamen del mar. Son ellas las que rompen el determinismo de los movimientos del agua. Si no hubieran olas, el mar no tendría más que un movimiento regular, como si nos balanceáramos en una bañera llena. Las olas rompen la regularidad de ese ritmo, como el clinamen, definido como el desvío de los átomos.
Habíamos acabado de pasar un momento muy feo, quizá por el grado de riesgo en perder el mástil en el medio del océano más extenso del planeta, a día y medio de cualquier pedazo de tierra. Me sentía agotado.
Cerré los ojos y medité sobre la idea que me acababa de surgir: las olas eran el símbolo, el concepto mismo de la Libertad. Gracias a las olas, todo es diferente, nada es repetible, todo cambia. ¿El causante del incidente había sido el viento, la tormenta imprevista, una ola irregular que abatió el rumbo poniendo fuera de control al autopiloto?
Podía trazar conjeturas, pero al final creía profundamente que había sido el golpe de una ola irregular la que había producido el caos en el equilibrio que llevaba el barco.
Estaba sorprendido por el pensamiento que acababa de tener, como aquel día en que había traducido el texto sobre el concepto del Clinamen, en el curso de latín de la Sorbona, había quedado maravillado. No hay nada de pensamiento mágico en el pensar griego ni en la concepción que me hago de las olas, todos los criterios del Clinamen se pueden aplicar analógicamente.
Seguí durante buena parte de la noche con el motor en marcha para darme más seguridad de maniobra, necesitaba retomar mi calma interior. Después de un golpe emocional de esa envergadura, concluí que ese incidente estaba dentro del “Top 3”, después del tornado sorpresa en los Cayos de Cuba y de la caída del rayo sobre el mástil, en Livingston, Guatemala.
Al amanecer todo había vuelto a una suerte de calma, de equilibrio apaciguado después del zafarrancho de la tarde anterior. Apagué el motor y seguí con el velamen reducido, para no exigir demasiado al estay de fortuna en que se había convertido el balancín.
Nos quedaba aún todo un día hasta llegar a Fakarava y poder estudiar algún otro apaño.
El viento cayó bastante, y volvió a soplar según las previsiones recuperadas antes del zarpe. Calculé que con la distancia que nos quedaba aún por recorrer y la hora que era, no podíamos bajar de una velocidad de 5 nudos si no queríamos correr el riesgo de llegar de noche. Si así fuera, no podríamos entrar en el atolón.
En un determinado momento, el viento se convirtió en brisa y nuestro andar cayó a 3 nudos, era insostenible si no queríamos tener nuevos problemas.
Volví a poner el motor para ayudar la marcha y una hora más tarde, escuché un pafpafpaf… el ruido del motor me anunciaba un nuevo inconveniente.
Ahora era el turno del motor en hacerse la vedette de la travesía.
Intenté volver a encender el motor pero nuevamente un pafpafpaf. Pensé de inmediato en un problema con el gasóleo. Como el medidor de nivel del tanque no funcionaba desde del rayo guatemalteco, no podía darme cuenta si el percance era por falta de gasóleo o no. Razoné y concluí que podía agregar un par de bidones de combustible y seguramente volvería a arrancar. Pero no fue así, siguió el pafpafpaf. Terminé casi agotando la batería de arranque. Era una muy mala noticia. Seguiríamos totalmente a vela y teníamos que llegar en menos de una jornada.
Por suerte parecía que las olas nos empezaban a acompañar y yo les pedía que nos ayudaran con condiciones favorables, al menos hasta el atolón donde podríamos descansar y analizar como seguir.
El mar estaba bien orientado y el ánimo iba regresando a la normalidad a medida que tragábamos millas y nos faltaban unas horas para llegar.
Finalmente nos presentamos en la passe de Fakarava norte, la más ancha, casi antes del atardecer. El timing fue justo, pero no nos dejó mucho margen. Había escuchado que para pasar una passe, el factor fundamental era el macareo (las olas que se producen por oposición entre la bajada o subida de la corriente saliente o entrante y la marea exterior a la laguna del atolón).
La falta de experiencia no me permitió juzgar con seguridad, por lo que debí confiar en mi intuición, en observar la corriente y apuntar bien al centro de la passe, para no dejarnos arrastrar hacia el recife.
Pasamos bien y pudimos entrar, debo reconocerlo, con la ayuda de las olas. Parecían haberse convertido en nuestras aliadas.
Sin embargo tuvimos un nuevo percance al llegar al fondeo en la aldea de Rotoava. El enrollador del génoa se había trabado y no lograba enrollar toda la vela delantera por lo que me era imposible maniobrar para largar el ancla en el lugar elegido. Después de dar varias vueltas, me resigné a pedir ayuda a gritos a algún navegante de los que estaban fondeados. Claude, capitán de un catamarán, escuchó el llamado de ayuda se solidarizó y salió a darme una mano con la maniobra. Esa noche dormí como un angelito … después del temporal, con sus alas mojadas!
Al día siguiente, Claude me asistió para volver a hacer arrancar el motor y permitirme continuar la travesía y llegar a destino. Un gran tipo.
La Serendipidad, ese vocablo tan en voga en estos tiempos, me lo envió en ese difícil transe, o será mi ángel de la guardia que me lo puso en el camino …
Claude resultó ser un joven retirado, cuya especialidad era la mecánica, o sea que de motores conocía como yo de dulce de leche. Además, en un catamarán se tiene espacio para acarrear material y herramientas y el amigo tenía todo lo que se pudiera necesitar. Destapamos el conducto de llegada del gasóleo, obturado por la amalgama causada por las bacterias en el combustible, con una botella de aire comprimido. Un Mc Gyver de lujo que para todas las ocasiones tiene un remedio y un método apropiado.
Para mí resultó antes que nada, una persona generosa, amable, disponible y de un temperamento servicial sin solicitar nada a cambio. Es bueno encontrar esa clase de gente en circunstancias a veces desesperadas. Nos reconcilian con lo mejor de la sociedad, pero lo más importante es que estas situaciones sean la ocasión para crear una valiosa amistad que trascienda el favor circunstancial.
No tenía mucho tiempo que perder, así que puse rumbo definitivo a la isla de Tahití.
Me quedaban sólo 48 horas o perdería mi vuelo a Francia.
Tuve suficiente viento y la alegría mayor se me dio cuando al llegar a la Passe de Tahití, extenuado y con ganas de arribar, me escortó una manada de delfines como para coronar simbólicamente la llegada. Una gran emoción me inundó el espíritu, como cuando llegué a Pointe à Pitre, Guadalupe, un 2 de abril de 2016.
Dejé el Clinamen en la zona de fondeo entre la marina de Taina y el hotel Intercontinental. Claude me había dado el dato de un muchacho de confianza que cuidaba barcos de gente como yo que debía marcharse por un tiempo y dejarlos en custodia. Llegué justo a tiempo a Papeete para guardar todo, poner un mínimo de orden, hacer el checkin y al otro día, en la madrugada estaba volando a Francia. Me costaba creerlo.
De regreso en París, además de las prioridades profesionales, me embebí en una misión superior, ocuparme de la regularización del amigo Xin Ping como refugiado político.
Recorrí las distintas reparticiones de la administración burocrática francesa y también me recibieron en la Delegación de la Polinesia. Me fue muy difícil explicar la situación vivida por él tras la huida de su país y posteriormente el rescate en el Clinamen.
Con gran esfuerzo obtuve un resguardo provisorio gracias al cual Xin Ping podría presentarse a la Gendarmería de Hiva Oa para registrarse. A partir de ese logro mayúsculo, tomé impulso para solicitar un visado especial para Lea, presentándome como garante.
En el mes de junio recibí ambos documentos firmados por la Delegación de la Polinesia y el representante del estado francés, algo así como el Prefecto o enviado del Presidente de la República.
De inmediato le envié un whatsapp a mi amigo Xin Ping y se emocionó hasta las lágrimas, según me respondió, conmovido. Necesitaba ahora que le hiciera un último favor fundamental, que le sacara el pasaje a Lea, lo que hice ese mismo día.
Me sentí muy feliz por haber podido aportar algo de mi oleaje personal en la historia de la pareja de Lea y Ping.
En el verano, Lea volará de Hong Kong hasta Papeete en un vuelo interminable de 22 horas con 3 escalas, pero para ella esas horas serán olas hacia la felicidad junto a su amor.
Yo, todavía no he regresado con el Clinamen a las islas Marquesas todavía, porque los vientos nunca me fueron propicios para retornar hacia el noreste y he preferido por ello, realizar otros programas de navegación más cercanos a la isla base de Tahití. Sin embargo, me repito seguido que ya las olas me retornarán a Tahuata y podrá recrearse un día esa hermosa imagen soñada por Xin Ping. El Tío Clinamen regresará a la playa de la palmera y será bienvenido por Lea, sus dos hijos y el tenaz y valiente Xin Ping.
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Lea esperó durante 2 días que Xin Ping, su prometido, regresara de la Universidad. En los tiempos de las protestas, los estudiantes más politizados, militaban tanto como estudiaban. Las universidades en China son sumamente exigentes y una de las armas del régimen político contra los activistas es hacerlos fracasar en sus estudios para que se vean obligados a abandonar su carrera. Xin Ping era un buen estudiante, pero al mismo tiempo estaba comprometido con el deseo de luchar por una Nueva China. Quería modernizar al régimen desde adentro, obtener victorias democráticas que les permitieran sentirse más libres en el gran país que los vio nacer. Xin Ping no aspiraba a emigrar como muchos estudiantes que solicitaban becas en Estados Unidos o Europa. Quería fundar su familia cerca de sus padres y desarrollar una empresa con la que tener una situación económica razonable. Lea y su novio ya habían hablado de tener un hijo en cuanto pudieran adquirir una vivienda propia cerca del centro de la ciudad.
Fueron 48 horas angustiosas, pero peor fue lo que vino después. La madre de Xin Ping vino corriendo a ver a Lea para contarle lo que había escuchado por la mañana en el mercado. Las clientas y los tenderos discutían sobre las últimas protestas estudiantiles y las consecuencias de la represión del gobierno. Una gran cantidad de estudiantes había sido detenida y después de sumariarlos los ponían en prisión preventiva. A otros los habían asesinado y sus cuerpos habían desaparecido.
Lea entendió el mensaje desolador que le estaba transmitiendo su futura suegra. Si no tenían ninguna noticia de Xin Ping, podría ser que estuviera detenido o peor aún, muerto.
Durante varios días, las mujeres no cesaron de recorrer las oficinas gubernamentales para intentar conocer el paradero de Xin Ping. Si estaba preso sería casi un alivio para ambas. La peor situación era terminar el día sin noticias…
Un mes después de las protestas, Lea había establecido contacto con todos los amigos de Xin Ping que estuvieron con él el último día. El testimonio más preciso daba cuenta de su presencia cerca del puerto. Nadie lo había visto detenido ni en las inmediaciones donde hubieron más víctimas mortales.
Todos los días, Lea esperaba que Xin Ping apareciera contándole que había logrado esconderse y que había esperado el momento para salir nuevamente a la superficie. Visitaba a diario a la mamá de su prometido para darse ánimos mutuamente.
Cuando los padres de Lea, que eran originarios de una zona agraria de la provincia de Wuhan se trasladaron a vivir a la ciudad, sus hijos eran aún pequeños. Lea, la mayor de los tres, ayudaba a su madre con la huerta y con el cuidado del hermano más pequeño, cuando su madre no regresaba a tiempo a la casa, en épocas de cosecha. Eran una familia numerosa en China. Después del abandono de la regla de un hijo por pareja, como su primogénita había sido mujer, el padre había insistido a su esposa con tener otro hijo, deseaba que fuese un varón. Y así fue, llegó Chang, que fue muy festejado porque nació en el período de mayor crecimiento de la economía china. Todo era expansión tecnológica, las ciudades se desarrollaban a fuerza de rascacielos y todos los días, el país asiático registraba nuevos récords de exportaciones y de nuevos grupos industriales millonarios.
En las zonas agrarias el desarrollo no se vivía al mismo ritmo. El tercer embarazo de la mamá de Lea fue inesperado. Las autoridades comunales no lo acogieron muy bien, mantenían aún ciertos conceptos de control de natalidad. Una familia de 5 no era muy aceptada en la aldea, sobretodo por los ancianos, que habían conocido las épocas represivas de la Revolución Cultural. La madre debió incrementar sus horas de trabajo en el campo y depender de la ayuda doméstica de Lea, quien se hizo muy responsable desde pequeña.
El padre fue criticado por su entorno y en lugar de recibir más ayuda y apoyo de sus colegas, recibió reproches y discriminación en su progresión profesional. Él se desempeñaba como contable en una cooperativa cerealera. Antes de tener su tercer hijo, era el administrativo mejor valorado por los directivos y parecía tener un puesto asegurado en el comité comunal. Al ser padre por tercera vez, fue como si se habían apartado de los estrictos parámetros de esa sociedad. ¿A quién habían consultado antes de agrandar el núcleo familiar a 5 ?
Las jornadas eran largas para los dos padres y cuando estaban todos juntos, compartían el cansancio. Se movían lentamente, el ritmo era cansino y a la hora de la cena, se hablaba poco en la mesa. Los niños debían esperar a que el padre hablara antes de ellos hacerlo por lo que si él no habría la boca, los niños comían mirándose cómplices, pero ninguno pronunciaba ninguna palabra.
Cuando la Cooperativa decidió seguir los planes de reestructuración de la administración central, el padre fue despedido sin mayores explicaciones. El régimen comunista oficial, ejecutaba despidos sin miramientos ni indemnizaciones. La familia se vio obligada a emigrar a la ciudad.
La difícil situación familiar, obligó a la madre de Lea a apoyarse en su ayuda para todos los quehaceres domésticos.
Vivían en la misma casa desde que habían llegado a la ciudad. Ocupaban los 5 amontonados un apartamento de un solo ambiente.
En la infancia había sido divertido pero al inicio de su adolescencia se le hacía complicado. Lea soñaba con tener su rincón privado, no soportaba que sus hermanos la miraran de reojo cuando se cambiaba, que le hicieran bromas sobre sus senos que iban tomando forma.
No podía invitar a nadie, prefería ir a la casa de sus amigas o quedarse hablando en la calle. Su decisión de ingresar a la universidad no era tanto académica sino más bien de sobrevivencia, de tener un espacio propio alejada de sus padres y hermanos.
Conoció a Xin Ping en la primera reunión de comité estudiantil a la que participó. Le llamó la atención ese muchacho callado y observador, que de vez en cuando pedía la palabra para decir algo que la audiencia siempre apreciaba. Cada propuesta que planteaba era aceptada por la concurrencia. No parecía tener temperamento de líder, pero a Lea le pareció un chico muy equilibrado y con una audacia tranquila. A ella le gustaba su personalidad. Sus miradas se cruzaron las y ella le sonrió. Él le devolvió la sonrisa con un gesto tenue con los ojos. Al terminar la reunión cuando estaban despidiéndose de los compañeros conocidos, Xin Ping se acercó por detrás a Lea y le tocó suavemente el hombro. Ella se dio vuelta sorprendida y él se presentó. Le hizo una pregunta relacionada con lo discutido en la reunión, pero ella le respondió algo aturdida, para salir del paso. Él le ofreció su mejor sonrisa y le preguntó directamente si aceptaba ir a tomar algo con él. Fueron a una cafetería cercana, muy frecuentada por los estudiantes.
Lea observó lo popular que era Xin Ping entre sus amigos, conocidos y estudiantes que lo frecuentaban en las reuniones. Su templanza y calidez eran muy apreciadas, así como también sus propuestas y la forma de plantear los problemas. Con su estilo pragmático y positivo, transmitía convicción en sus ideas y lograba consenso.
Ese día, antes de terminar la tarde, Lea se enamoró de Xin Ping. A él lo había seducido la sonrisa franca de la joven compañera. Ella le transmitía una personalidad firme, responsable e íntegra. La acompañó hasta su casa mientras ella relataba toda la historia de su familia y de cómo habían llegado a la ciudad. Al llegar, ella no lo invitó a pasar, le explicó su situación familiar. Sus hermanos aún adolescentes, la molestarían mucho si entraban. Al despedirse, Lea le hizo un gesto para evitar que él le diera un beso, prefería una despedida formal, por si la estaban observando pero le dijo donde podían encontrarse al día siguiente.
A partir de ese día no dejaron de verse hasta el incidente de las manifestaciones y de la huída de Xin Ping. La casa donde vivía Xin Ping con los suyos era más amplia y no vivían hacinados sino cómodamente, con suficiente espacio para que cada integrante de la familia tuviera cierta privacidad. La madre de Xin Ping se encariñó con Lea desde el primer día que la conoció. Le dijo a su hijo cuánto le gustaba esa chica. Lea era atenta, inteligente y cariñosa, pero con temperamento. Sería una excelente compañera para su hijo, ella como madre estaba segura. Le agradaba tanto su joven nuera que a criterio de su hijo, la madre le robaba demasiado tiempo para estar con su novia. Por un lado le producía cierto orgullo que su madre se hubiere entendido tan bien con la mujer que amaba y por otro lado, a veces se la tenía que arrancar de su atención absorbente.
Pasaron casi dos meses hasta que Lea recibió un mail escrito en inglés y proveniente de una persona desconocida. Una tal Sara Huong, la saludaba desde la Polinesia Francesa. Sara le contaba en unas líneas, que era de origen chino y había tenido la suerte de conocer a su novio que había estado visitando la isla de Tahuata, dónde ella vivía. El correo no decía mucho más, como para no llamar demasiado la atención. Sólo intentaba darle la pista a Lea de que Xin Ping estaba vivo.
Lea contestó inmediatamente para obtener más detalles. Llamó a la madre de Xin Ping y le contó que había recibido un extraño mail. Lea interpretó que era una señal clara de que Xin Ping estaba con vida, pero no entendía mucho más. La esperanza había renacido y sólo quedaba aguardar un nuevo correo aclaratorio.
Al día siguiente recibió otro mensaje, pero esta vez de un francés, un navegante que decía haber rescatado a Xin Ping en el Océano Pacífico y que conocía su paradero, pero que por el momento no podía decirle nada más.
Xin Ping al disponer de la computadora de Sara pensó en conectarse a su cuenta de correos para enviarle él un mensaje a Lea y a su madre, pero razonó que seguramente sus comunicaciones estarían vigiladas e intervenidas. Por esa razón le solicitó a Sara que fuera ella quién escribiera a su novia, dándole solamente unos indicios.
Xin Ping había guardado celosamente mi dirección de mail y me escribió también de inmediato indicándome su paradero. Se encontraba en la isla de Tahuata y decía dónde lo podía encontrar. Estaba sano y salvo, vivía por el momento bajo la protección de Sara Huong, en un cuarto del almacén de Vaitahu. Deseaba como pocas cosas en el mundo, estrecharme pronto en un fuerte abrazo. Me debía su vida y ahora que se sentía a resguardo le era muy importante poder decírmelo y mejor en persona. Me envió la dirección electrónica de su novia, Lea, y me pidió que le escribiera de su parte, que en un corto mensaje le contase que yo lo había rescatado en el mar y que se encontraba bien, pero sin decirle el lugar, por si la casilla de correo de Lea estuviera bajo control.
Ping durmió mucho mejor esa noche. Cerró los ojos pensando en que pronto vería a Lea y que todas las penurias pasadas no habían sido más que una pesadilla.
Apenas se durmió, soñó que estaba viviendo en una playa de arenas blancas, cuidando una huerta, a la que había devuelto toda su productividad. La cabaña abandonada y destartalada se había convertido en una humilde pero bien restaurada casita de madera, chapa y hojas de palmera. La había arreglado íntegramente él mismo, cuando la dueña del terreno le había dado su autorización. Estaba cosechando unas papas y unas batatas que se daban muy bien en ese suelo arenoso, cuando escuchó a sus dos hijos gritar con algarabía que el Tío Clinamen, como me llamaban, había entrado en la bahía. Xin Ping se levantó y vio a su mujer, espléndida, feliz, saludando en dirección de la playa al barco que estaba echando su ancla.
A la mañana, Xin Ping se despertó descansado, hacía mucho tiempo que no se sentía tan bien. Miró a su alrededor, recién despuntaban las primeras luces. Eran las 5 de la mañana, hora de empezar a preparar la apertura del almacén. Plegó el catre y las sábanas que le había prestado su amiga Sara. ¡Qué bendición había sido encontrarse con una persona tan solidaria, amable y comprensiva! Pensó que en realidad, desde su rescate, había tenido muy buena suerte. Las pocas personas con las que se encontró fueron de una ayuda excepcional. Ahora que había podido escribirle a Lea, se sentía un hombre realmente afortunado, pese a las desgracias sufridas desde que había huido.
Se puso rápidamente en marcha, sin perder tiempo, quería volver a conectarse para ver si había recibido respuesta de Lea. Antes debía dejar todo listo para que cuando Sara llegara, no lo regañara.
Como cada días, Sara llegó a las 5 y 45. A las 6, la tienda recibía sus primeros clientes tempraneros. Saludó a Xin Ping y lo notó más sonriente y descansado. Encendió la computadora y su amigo se mantuvo a su lado, estaba ansioso por recibir un mail. ¡Tenía una respuesta de China! Y también recibió mi contestación en la que le decía que estaba muy feliz de saberlo con vida y le contaba que me encontraba aún en la isla de Nuku Hiva, en la maravillosa bahía de Anaho. Había temido realmente por su desaparición en el mar y le prometía que pronto vendría a verlo a Vaitahu.
Sara, como responsable de la tienda le sonrió cálidamente, pero con amabilidad le dio a entender que no era el momento de responder. Le prometió que le dejaría hacerlo en cuanto cerraran el negocio para la pausa del mediodía.
Para el alma inquieta de Xin Ping, Esa mañana transcurría con una lentitud insoportable. No dejaba de mirar el reloj porque tenía la impresión que las horas duraban más de lo normal.
A las 11 y 30, hora del almuerzo, Sara no necesitó llamar a su amigo, él estaba delante suyo esperando la orden de cerrar la cortina del depósito.
Se sentaron nuevamente en la computadora y Sara ofreció abrirle una cuenta de mail propia y con un nombre nuevo. Así se podría comunicar con los suyos, sin depender de ella y evitando usar su cuenta china, que debía estar intervenida. Escogió llamarse Wang Li y desde esa nueva identidad le volvió a escribir a Lea, citándole un par de detalles íntimos por los que ella sabría que podía confiar que era Xin Ping, su enamorado.
Al terminar la jornada, podría disponer de la computadora para comunicarse con su nueva cuenta, pero Sara le rogó que se abstuviera de usarla para cualquier otra cosa. Vairae le había prohibido a ella usar la computadora para asuntos personales.
Al final de la tarde, Xin Ping retomó sus correos. Había recibido una respuesta emocionadísima de su querida Lea. Era muy directa y elocuente, le rogaba que hicieran hasta lo imposible por volver a estar juntos. Sin despertar sospechas en relación con su desaparición y su nuevo paradero, ella había preguntado en el comité estudiantil en el que militaban, de qué formas podía viajar al exterior. Lo que había podido averiguar era que se necesitaba bastante dinero para obtener una suerte de salvoconducto y salir como turista desde Hong Kong hacia Europa, Australia o Estados Unidos. El gobierno central estaba dejando salir a jóvenes disidentes como forma de descomprimir la tensión política. Aunque ella no estaba fichada, o al menos eso suponía por no ser activista, era mejor extremar las precauciones.
Xin Ping le informó por un lado, cómo acceder a su cuenta de ahorros en China, advirtiéndole que no eran más que escasos. Por otro lado, le contó que recién empezaba a trabajar en la isla y no podía pedir un adelanto. Escribió también unas líneas para sus padres, tranquilizándolos y pidiéndoles si podían ayudar a Lea con algo de dinero para poder viajar a su encuentro. Sabía que les estaba pidiendo un sacrificio importante, ellos no estaban muy holgados económicamente en los últimos meses. Desde que habían estallado las protestas, su comercio no andaba bien y con la pandemia, los ahorros se fundían como la nieve en primavera.
Al otro día tenía la alegría de tener noticias de su madre y un abrazo de su padre. En cambio, Lea le comentaba que la situación económica no permitía costear los gastos de un viaje desde China a un destino tan lejano como la Polinesia. Y también se presentaba el problema de los visados y de las restricciones sanitarias. China estaba cerrada para muchos países y otros como Australia, directamente se habían cerrado ellos mismos, suspendiendo los vuelos turísticos desde y hacia todos los destinos.
Lea no quería ni podía renunciar a su vida con Xin Ping ahora que sabía que él la estaba esperando.
Las protestas estudiantiles cesaron durante la pandemia y el gobierno aflojó la persecución política, concentrándose en la seguridad sanitaria que era la mayor preocupación mundial.
Lea y Xin Ping se escribían a diario y éste le contaba con lujo de detalles lo que hacía en su nuevo hogar, la vida de cada persona del pueblo que conocía y los planes que tenía para cuando pudieran verse.
Además, Xin Ping le contó del día de nuestro reencuentro, la enorme emoción del prolongado abrazo. Xin Ping saltaba de alegría y repetía palabras en su idioma que sólo él y Sara entendían. Esa noche lo invité a cenar en el Clinamen y cuando subió nuevamente al barco se postró besándolo en agradecimiento profundo.
Yo debía emprender pronto el regreso a Francia y le prometí a mi amigo que haría todo lo posible para ayudar a Lea a conseguir un visado para reencontrarse con él, pero había más de una dificultad, ya que él mismo debía iniciar antes un proceso como refugiado político. Yo era su principal testigo pero mientras averiguara todos los trámites por realizar, era mejor que él se quedara en esta pequeña isla donde ya todos sus habitantes lo habían adoptado.
Por razones de seguridad, siempre dispongo de 2 celulares y como ya estaba en la última etapa de mi viaje, le obsequié uno a mi amigo para que pudiera conectarse con autonomía, sin depender de la computadora del almacén. Lo primero que hizo Xin Ping fue descargar la aplicación WeChat, equivalente chino de Whatsapp, y llamar a Lea para que yo la conociera antes de zarpar.
Lea respondió con sorpresa, algo de miedo, pero después de unos segundos de emoción y lágrimas, se le notaba la cara de dicha. Era delgada, su cabello negro, lacio y largo, recogido prolijamente detrás, mostraba su dulce rostro emocionado.
Me pareció algo tímida, quizá por mi presencia. Su inglés no era muy bueno así que no pudimos conversar demasiado.
Yo me alejé, dejando a los dos enamorados solos en su primer encuentro cara a cara desde hacía tanto tiempo.