Marjo se sentía muy desalentada. Por momentos pensaba estar convencida de que una oportunidad no hace a una vida. Sentía que no debía desilusionarse tanto por no haber podido encontrar a ese tipo que nunca había visto. Tan sólo había escuchado una conversación a sus espaldas y su imaginación o su anhelo de un gran amor, la habían hecho soñar en que ella podía ser esa elegida por el destino. Para darse ánimos se consolaba diciéndose que si ése debía ser su amor, aquel del que habla la canción, hubiese recibido un gesto, una señal, se hubiese dado vuelta para verlo y entablar una conversación que durara para siempre. No se dio así, el tipo se levantó y se fue con sus amigos sin siquiera notar la presencia de Marjo.
Si no se volvieron a cruzar más tarde, en los múltiples lugares posibles donde coinciden la gente de barcos, es que esa relación no era para ella. Era una simple ilusión que había crecido una noche de porros y melancolía. Debía dejar de pensar que era una oportunidad perdida. ¿Por qué embarcarse emocionalmente en una historia que nunca había tenido ni tan siquiera un punto de inicio?
Una oportunidad lleva implícita la noción de elección, de libre albedrío, de tener la opción de tomarla o dejarla. Marjo no tuvo ninguna opción. Es más, ella forzó, por romanticismo atávico quizá, una ilusión de una oportunidad que no debía dejar pasar, pero que no revestía visos de realidad.
Muchas veces confundimos al azar o a las coincidencias, con oportunidades que se nos presentan en la vida. La llamada suerte, el azar, se presenta sin opciones, se deja caer, no nos solicita protagonismo ni acción. En el mejor de los casos puede emparentarse con una oportunidad, cuando requiere nuestra aceptación.
Lo que “nuestra estrella, nuestro destino” ofrece a nuestro libre arbitrio son las opciones oportunas, fugaces, las que nos llevan a decidir por un rumbo u otro. Es el reino de la intuición que guía a la libertad del Clinamen, ese concepto primitivo que los primeros griegos habían descubierto para contrarrestar el determinismo reinante.
Hay quienes no saben o no quieren escuchar su intuición, su voz interior que define al Clinamen. Prefieren actuar por pura racionalidad y conservadurismo. Si toda la información de que disponen no lleva a una conclusión evidente, prefieren siempre dejar pasar las oportunidades de volar. No se preguntan por qué los pájaros vuelan. Ante la duda, eligen no elegir, escogen la inacción, la preservación. Prefieren errar por omisión que por haber cometido un error.
Marjo sentía que el viajar la confrontaba a menudo a estas dos nociones de tomar o dejar pasar. Cuando se encontraba bien y serena en su interior, estaba segura de que la felicidad no consistía en tomar el camino seguro sino en correr el riesgo del error, arrancar el vuelo sin razón aparente. Una intuición íntima le permitía sentirse libre, feliz, viva.
Un día escuchó o leyó una frase que la marcó: “deja de ser un contable de hechos acertados y conviértete en un aventurero de la vida.”
Se embarcó en un catamarán que partía hacia Tahití. Fueron tres días de navegación sin mayores inconvenientes, ni muchas tareas que realizar a bordo. Hicieron una escala en el atolón de Fakarava, en el centro del archipiélago de las Tuamotu. Durante la travesía dio muestras cabales de su saber navegar, de su excelente disposición a bordo y se mostró incluso afable y divertida. Eran tres a bordo. Jean-Michel, el capitán, Richard, un joven viajero que había mentido un poco sobre sus conocimientos y capacidades como tripulante, y Marjo. En el mundo de la vela de recreo, sobre todo en actividades como los charters para vacaciones náuticas, hay un machismo latente que no siempre se expresa. Eso implicaba que el joven Rich sería el marinero y que Marjo, se ocuparía de la cocina durante la travesía. El plan inicial no la incomodó, sabría ocupar su lugar en el viaje. Sin embargo, Jean Michel, experimentado capitán de charters, vio actuar a sus tripulantes en las primeras maniobras y al segundo día invirtió los roles. Marjo pasó a cubierta como marinera y el joven Rich se ocuparía de los quehaceres domésticos.
A Jean Michel le agradaba mucho la presencia de Marjo, estaba siempre atenta y dispuesta para las maniobras. No tenía que repetirle dos veces la misma orden y colaboraba con reflexiones, comentarios e ideas para hacer las cosas de la mejor manera a bordo. Era ágil, habilidosa y él la encontraba bastante atractiva.
Una noche en la que ella estaba cumpliendo su cuarto de guardia, el capitán se levantó y salió a cubierta. Era un espectáculo maravilloso de estrellas. El cielo puro en medio del océano, en el punto más alejado de toda civilización y polución ambiente. Después de admirar la escena por unos segundos, buscó a su tripulante que estaba ausente del puesto de comando.
En la oscuridad de la proa distinguió una pequeña lucecita que no era ni un lucero ni plancton iluminado por el movimiento del agua. Ahí se encontraba Marjo, fumando en silencio.
Al capitán no le gustaba que se fumara a bordo, pero la imagen por demás melancólica y en perfecta armonía con el momento ablandó lo que iba a ser una reprimenda. Se acercó a su marinera y al llegar se dio cuenta que ella había estado llorando. Le preguntó si estaba todo bien y ante el mudo asentimiento de la mujer, Jean Michel entendió que era preferible dejarla tranquila y disfrutar de este particular instante que les regalaba la noche. Regresó al cockpit y tomó anticipadamente el cuarto de guardia que le correspondía en unos 45 minutos.
No se quedaron mucho tiempo en Fakarava, hicieron provisión de agua y de comida fresca; el capitán habló con la compañía de charters para confirmar su próximo contrato y dispusieron de un par de días para ir a nadar y bucear en la passe de Fakarava Sur. Desde allí salieron nuevamente al océano y emprendieron los últimos dos días de navegación hasta Papeete.
El día antes de la llegada un pensamiento carcomía el espíritu del capitán. Marjo se había comportado como una de las mejores tripulantes y a él le intrigaba saber qué haría ella al finalizar ese viaje. Cada vez que hablaban durante las comidas que compartían, Marjo se mostraba renuente a decir sus planes futuros y hasta algo taciturna.
La última noche, Marjo fue a reemplazar de guardia a Jean Michel pero éste no se retiró de inmediato. Con la excusa de contarle cómo había estado la noche, se fue quedando…
Jean Michel le propuso a Marjo quedarse como tripulante en su próximo charter. Los clientes, eran una pareja con un niño pequeño que habían contratado dos semanas para el clásico periplo de las islas de la Sociedad o îles sous le Vent. Solo necesitaba un tripulante para ese viaje y él estaba muy contento con Marjo.
Ella no estaba segura de querer aceptar. El era muy correcto y gentil con ella, la respetaba y sintió que si le proponía el trabajo era que estaba satisfecho por su capacidad como marinera. Se sintió orgullosa de ser demandada pero no quiso aceptar de inmediato. Quería asegurarse de que en la proposición no hubiera una doble intención de parte del capitán. El tenía novia en Papeete. Marjo pensó que esperaría a que el tipo se volviera a encontrar con su pareja al regreso a puerto, de esa forma habría menos riesgo de emociones confusas.
Le respondió que cuando llegase a Papeete, esperaba una respuesta sobre una oportunidad laboral como maestra y que si le salía iba a privilegiar volver a su vocación de trabajar con niños. Le daría una contestación definitiva al día siguiente de su arribo a Tahití.
Llegaron a la marina en medio de la tarde. Al capitán lo esperaban la gente de la agencia y su novia con un bebé en sus brazos. Paradójicamente, esa “foto de familia“ le cayó muy bien a Marjo. Encajaba con el personaje del capitán, prolijo y respetuoso. Así se había comportado siempre con ella. El tipo le resultaba muy agradable pero no terminaba de ser “su tipo”. Pese a ello, o quizá gracias a eso, pensó que si no le salía el puesto de maestra, una misión de 2 semanas en un charter le podía ayudar para su economía de subsistencia.
Al día siguiente, recibió la respuesta negativa del empleador y fue directamente a la marina a dar el ok a Jean Michel. El capitán estaba limpiando la cubierta y cuando vio venir a la rubia, se alegró mucho, deduciendo que venía a darle una buena respuesta. En efecto, ella le dio el si desde el pontón y él como forma de bienvenida le extendió el cepillo para limpiar la cubierta blanca. Se rieron y él la ayudó a subir a bordo y a acomodarse.
El primer charter se realizó sin ningún inconveniente y fue de lo más placentero. El entendimiento entre Marjo y Jean Michel era ideal, nunca un tono subido de voz, hasta se adivinaban los pensamientos! Los pasajeros, la pequeña familia de tres eran de una amabilidad y discreción que a veces era dificíl maniobar el barco sin tener la sensación de perturbarlos.
A ese primer contrato le siguieron tres más. Hubo algún desperfecto que arreglar, alguna situación tensa que gestionar pero el capitán y Marjo nunca tuvieron una pelea o intercambio tenso o subido de tono.
Iban a ser tres meses que navegaban juntos y la asociación parecía rendir buenos frutos. En la última noche de travesía, volviendo de un charter a Rangiroa, Jean Michel volvió a despertar durante la guardia de Marjo. Era una noche de luna llena y el aire estaba especialmente agradable. Se acercó sigilosamente, para no despertar a los turistas y comenzó a explicar a Marjo lo bien que se sentía navegando con ella. Que nunca se había entendido mejor con un tripulante que como le resultaba con ella.
Marjo veía que la conversación podía desviarse hacia otro terreno y mientras lo escuchaba, intentó cuestionar sus propios sentimientos. Era cierto que ella también se encontraba muy a gusto y que el tipo le resultaba atractivo, pero cada reflexión le devolvía la imagen de la novia con el bebé en brazos. No quería ser la causa de un drama familiar.
Cuando sintió que Jean Michel acercaba su rostro como nunca lo había hecho antes, se giró y sin voluntad de rechazarlo completamente, le puso su mano en los labios y le dijo que sentía mucho no poder corresponderle en esa forma. Hacía 2 días que había escuchado en el playlist de los turistas la canción de la palmera, que coincidencia! Eso le había hecho pensar en que probablemente había llegado el momento de regresar a Europa y retomar la búsqueda de trabajo como maestra, que era su vocación desde chica.
Le contó a Jean Michel cuáles eran sus planes y que sin ánimo de ofenderlo, pensaba dejar los charters. No le dio más explicaciones. Se levantó y con un beso en la frente le deseó buenas noches y se retiró a su camarote.
Le daba mucha pena dejar el Fenua, el Territorio, como llaman los locales a la Polinesia. Había pasado momentos muy lindos pero sentía que su nuevo rumbo estaba en tierra. Quería reencontrarse con su madre que hacía mucho que no veía. Pensó en algunos amigos a los que llamaría y que le daría mucho gusto volver a ver y consiguió un billete de regreso.
No se sentía desanimada por regresar a Francia pero un dejo de tristeza acompañaba su espíritu mientras hacía la cola de la compañía French Bee, en el exótico aeropuerto de Fa’a. Quizás podría describir su ánimo como ligeramente decepcionada, porque muchas veces pensó que aquí se quedaría hasta el final de sus días. También estaba algo cansada de andar sin certeza, sola y sin un sentimiento legítimo de amor por alguien. A quiénes había amado la habían desilusionado y a quienes la habían querido a ella, los había rechazado con alguna justificación.
Durante los primeros 10 días en Francia, se dedicó a ver a su familia y a sus amigos más entrañables que estaban felices de haberla recuperado para ellos. Pero a ella todavía le costaba encontrar con quién hablar sobre los sentimientos que tenía, que seguían dando vuelta sin precisión, sin hacerse conscientes y manifiestos.
Finalmente, llegó el día de su primera entrevista de empleo para un establecimiento de educación privada. Era una escuela del método Montessori, una pequeña institución formada por un grupo pedagógico original y destinada a una clase media urbana con alto poder adquisitivo. En comparación con las escuelas que había visto al otro lado del mundo, el contraste era muy fuerte.
Esperó unos minutos en la sala de espera y la recibió un hombre que le pareció haber visto antes. Era apuesto, pero no por eso le daba esa impresión de déjà vu. Había un aire, algo… lo siguió hasta la sala de reuniones y hasta la forma en que el caminaba le resultó familiar. El se presentó y extendió su tarjeta, el nombre la iluminó. Era Robert, aquél joven del autobús de su infancia. Todos los detalles que le habían llamado la atención se confirmaron en un instante. Estaba emocionada.
Mientras él le explicaba los requisitos del trabajo y las normas de la escuela, ella sólo escuchaba sus recuerdos. Reconocía todo en él, ciertos gestos que no cambian en el rostro adulto. Todavía tenía el temple que portaba de adolescente, pero con la madurez que le confería la edad. Marjo intentaba disimular su falta de atención y con gran entusiasmo contenido le dejó entender que le parecía que se habían conocido con anterioridad.
El entrevistador aclaró que no la recordaba y que su nombre no le daba mayores indicios. Era normal, ella nunca había tenido la ocasión de darle su nombre en el autobús. Algo molesto por la situación, Robert releyó el curriculum y admitió que conocía el colegio al que ella había ido porque en su adolescencia él vivía no muy lejos de allí. Le aclaró que él sólo se ocupaba del reclutamiento, que no era parte de la empresa en donde se ofrecía el puesto vacante. Marjo procuró volver su ánimo hacia la formalidad de la reunión y terminó la entrevista serenamente haciendo valer sus experiencias de vida así como los estudios pedagógicos que había seguido antes de marcharse de viaje.
A los 2 días recibió un llamado de Robert en el que le indicaba que él había dado su opinión conforme y que ella tenía buenas posibilidades de ser contratada. También le comentó que existía otra oportunidad laboral en la Costa Azul, un puesto equivalente y en un lugar que a ella le podía interesar más, un pueblito cerca de Aix en Provence. Le propuso encontrarse al día siguiente para tomar un café ya que luego él regresaba al sur de Francia dónde vivía habitualmente. El quería explicarle el puesto de trabajo y el proyecto del sur, antes de que ella escuchase la proposición definitiva de la escuela parisina. Ella aceptó encantada, no lo podía creer.
Se dieron cita a las 11 y se encuentran tan a gusto que él le propone almorzar juntos después de haberle explicado el proyecto provenzal. Ella le cuenta por qué le había dicho que creía conocerlo la primera vez que se vieron.
Pasan toda la tarde charlando sobre los recuerdos de la infancia común. Ella le cuenta, desahogándose, sobre la decepción de aquél último día en el autobús y ambos relatan la historia de sus vidas.
A las 4 de la tarde, él debe marcharse para tomar el tren de regreso al sur. Al despedirse, la toma suavemente de los hombros y le propone aceptar la oferta del sur. Bajando la voz, como para reforzar la intimidad de la propuesta, le confiesa que de esa manera se darían la chance de conocerse más.
Marjo sopesa la oportunidad delante suyo y decide en pocos segundos no dejar pasar otro autobús…
Consiente moviendo la cabeza y se dan el primer beso.
Una semana más tarde, Robert la espera en la estación de tren de Aix, se abrazan como si lo hubieran hecho siempre y se prometen no separarse más. Ella le sugiere que en una de las muchas lunas de miel que pasarían juntos, le gustaría ir a Tahuata, a visitar a su palmera de doble cabeza.