Camino del Estrecho de Gibraltar Entrada del Estrecho, 25 de febrero de 2016

Son las 6 AM y recién puedo hacer un rumbo directo aunque sigo penando contra la adición opuesta de una corriente adversa de 3,5 knts, un viento de 20 knts exactamente de W que es hacia donde quiero ir y un oleaje revoltoso que frena desviando permanentemente el rumbo del piloto.

Llevo 10 horas luchando contra la corriente y todavía, ¡a este ritmo me quedarían 5 horas hasta adentrarme en el Estrecho!

Como pasó con Gata, hoy Gibraltar eligió mostrarme su cara más hostil y hostigarme buscando el límite de mi paciencia.

No he podido dormir en toda la noche por el intenso tráfico y la alarma AIS que pita en cada aproximación.

Venceremos, Clinamen.

Ulises, el Mástil y las Sirenas – Costa del Mediterráneo navegando hacia el sur, 23 de febrero de 2016

Cumplidos los 50 había llegado el momento de poner rumbo hacia el viejo sueño: darle la vuelta al mundo navegando. Desde entonces han pasado dos años hasta que por fin el Clinamen ha puesto proa hacia el Atlántico. Durante este tiempo una especie de maldición mítica me ha varado en tierra. Me sentía cual Ulises siendo víctima del famoso canto de Sirenas y cualquier marino sabe que no hay que menospreciar el poder de tan míticos personajes, ya que el suyo es un canto tenaz.

He podido comprobar la veracidad de las predicciones que la divina Circe le hizo al héroe aqueo. Incluso ahora, ya en plena navegación, parece que sus vaticinios pretendan cumplirse de forma inexorables. Circe ya le anunció a Ulises que: “primero llegarás a las Sirenas. Quién acerca su nave sin saberlo y escucha su voz quedará  hechizado con el canto que emiten mientras están sentadas en un prado donde les rodea un gran montón de huesos humanos putrefactos, cubiertos de piel seca”.

Los cantos de las Sirenas se han interpuesto una vez y otra, entre mi sueño y mi realidad. El mismo año 2014 tuve que hacer frente a un conflicto profesional, imprevisible y desconcertante, con consecuencias graves, tanto materiales como morales y anímicas. La travesía debía quedar postergada.

Un año más tarde, y ya tranquilo en lo profesional, un nuevo frente se me abre en el seno de lo personal. De nuevo las Sirenas quieren distraerme del propósito más íntimo y deseado. Hubo momentos en los que postergar el viaje parecía inevitable, era lo lógico, lo que cualquiera haría. Nuevos contratiempos que sembraban duda, rabia y frustración. Debía concentrarme en resolver todos los inconvenientes, y, para ello, necesitaba quedarme en tierra.

Por fin, a finales del año 2015 e impulsado por las personas que mejor me quieren, decido atarme al mástil de mi sueño y capear el temporal que se presente a disuadirme. Es el mejor momento para zarpar, se abre la temporada que va hasta marzo/abril, y esta vez no habrá canto que me distraiga.  En la Odisea se cuenta como Ulises, precavido, había pedido a sus hombres que lo ataran al mástil para no ceder al canto de las Sirenas, no abandonar la nave y no abandonar el viaje. Yo tuve que atarme al mástil del Clinamen, eso sí, incluso al hacerlo, desde el mismísimo palo fundamental me llegó un canto de advertencia disuasiva. Resultó estar doblado de un antiguo accidente y no podía arriesgar la empresa sin un mástil renovado.

La preparación del Clinamen ha sido una buena prueba de fuego y de templanza. Todo lo que podía ir mal, ha ido mal. Las velas, el sistema de autonomía energética, la electricidad… todos presentaron contratiempos… y el tiempo que pasaba inexorable y la amenaza de postergar de nuevo se ceñía como un presagio funesto.

El 17 de febrero salimos de Sant Feliu de Guixols sorteando toda clase de inconvenientes y condiciones meteorológicas difíciles. En realidad, no hacían falta que las Sirenas cantaran… El temporal primero, vicisitudes con las bombas, con vientos que se levantan de proa, con nubes de arena recién llegadas del Sahara que cubren al Clinamen y a mí de fina arena, las velas que se resisten, el cansancio (sí también el cansancio)…el frío, el Cabo de Gata mostrando sus colmillos a cada ola, el Estrecho que se vuelve angosto, las corrientes en contra,…los cantos de las malditas Sirenas se nos antojan despiadados. En algunos momentos he dudado si debía obedecerlas: “vamos, famoso Odiseo, gran honra de los aqueos, ven aquí y haz detener tu nave para que puedas oír nuestra voz. Que nadie ha pasado de largo con su negra nave sin escuchar la dulce voz de nuestras bocas”.

En algún momento mi corazón ha deseado hacerlo. Varar la nave. Detener el viaje. Hacer lo que los diversos cantos reclamaban. Pero continuo amarrado al mástil. Unido al Clinamen. Respiro lento y con un gesto que no sé si es temeridad o certeza, exijo a mi voluntad que asegure los cabos con firmeza. Los cantos disuasivos pasarán. Las pruebas del destino no son más que los renglones en los que se asienta mi viaje. Dejémoslas cantar su canto. Por atractivo que sea, ya no es la música que este viajero debe de escuchar.
Vendrán más pruebas, mayores contratiempos, pero no conseguirán que abandone la nave ni a la tripulación, ésa que también me acompaña, y que es quién me mantiene atado al mástil con firmeza. Mi tripulación, son todos los que creen que el viaje es posible, que mi viaje es posible y que yo llegaré al puerto que voy buscando– a Ítaca-.No viajo sólo, eso la divina Circe y todas los seres mitológicos parecen desconocerlo. Viajamos el Clinamen, yo y todos los que me aman. Y contra nosotros no hay Sirenas traicioneras que valgan.

HIC SUNT DRACONES – Costa del Mediterráneo navegando hacia el sur, 22 de febrero de 2016

Desde la antigüedad un mapa distingue lo conocido de lo desconocido. En las primeras cartografías se dibujaban bestias mitológicas -serpientes de varias cabezas entre otras- para señalar los confines del mundo, de la realidad y también de lo real. La leyenda, Hic Sunt Dracones (aquí hay dragones), la encontramos por primera vez escrita en el Globo de Hunt-Lenox del año 1503.  Otros mapas anteriores contienen una gran variedad de referencias a criaturas mitológicas y a expresiones como Finiesterrae, pero el mapamundi de Lenox es especialmente conocido por contener esta indicación. La leyenda, aparece alrededor de la costa oriental de Asia y podría estar relacionada con los dragones de Komodo, aunque poco nos importa si la bestia es real o mitológica. Dragones, bestias, infiernos, abismos insondables. Todo en uno. La distancia entre los seres imaginarios y los reales, es muy escasa que diría Borges. O es un camino de ida y vuelta. 

Un mapa no sólo refleja el mundo, sino que da forma a cómo pensamos el mundo y la forma cómo lo vivimos. Es la cartografía, la que construye la forma mental de aproximarnos a la realidad. Pero cada mapa es una distorsión, cada mapa es erróneo. No existe uno que pueda representar fielmente el mundo y por ello se nos exige una reflexión: un mapa, a primera vista nos dice dónde nos encontramos y nos dicen a dónde ir, pero en un sentido más profundo… nos sitúan dentro de un paradigma ya que nos dice también quiénes somos. 

Los mapas, las cartas náuticas que me acompañan, también lo hacen. Me dicen dónde estoy: navego por Palos camino de Alborán. Pero debo reconocer que el significado va mucho más allá. El mapa final de un viaje como éste es una decisión personal que habla más sobre quién soy, que sobre dónde estoy. Los paralelos y meridianos que se me proponen son sólo el andamiaje de un periplo que decido en soledad. 

Al final, la libertad, quizás sea poder dibujar tu propio mapa y tus propios dragones. Y los delfines, que, como cada mañana desde que salí, me van mostrando el camino seguro para dejar atrás el Mediterráneo. Un mar que hice tan mío y que, sin embargo, ya no me tarda la ansia de dejar atrás por el mítico «charco Atlántico» con la guía del inmenso Colón.

Diario de a Bordo – Costa del Mediterráneo, navegando hacia el sur, 20 de febrero de 2016

ara muchos, pocas cosas son tan emocionantes como la idea de viajar y hasta soñar con ello ya emociona. La literatura está llena de historias de viajes, de sueños y de su coincidencia. Este Diario de a Bordo será el relato del engarce entre mi anhelo íntimo y aquello que el poderoso océano tenga a bien propiciarme con cariño o con crueldad.

Mi sueño original de viajar alrededor del mundo en un barco a vela tuvo lugar a los 12 años después de leer a Dove, la historia de un joven adolescente californiano que partió por el Pacífico y regresó varios años más tarde. Al cabo de esa lectura se fraguó mi obsesión: dar la vuelta al mundo navegando. Como sueño no era de lo más original. ¿Quién no ha soñado con explorar los limites, conocer nuevos mundos, aventurarse en lo desconocido? El viaje como traslación de estados, de dónde estoy a dónde quiero estar. A los veinte, con una Argentina convulsionada, sentí el momento apropiado para partir, pero careciendo totalmente de medios, mi viaje iniciático me llevaría por tierra a recorrer durante casi tres años, primero el país de donde soy originario, luego el continente americano, para terminar recalando en Europa. El mar seguía siendo inalcanzable, el verdadero sueño postergado, escondido en mi fuero íntimo.

Desde los juveniles años hasta la cincuentena se me fue pasando la vida. Intensa, emocionante, tierna también, pero muchas veces gris, decepcionante, monótona. El momento de emprender la gran aventura fue siendo postergado por mil razones, por mil excusas. Por la vida. Pero quizás ha sido lo mejor que me ha pasado. Esperar. Uno de los peligros de los viajes consiste en plantear las cosas en el momento equivocado, antes de haber tenido la oportunidad de construir la receptividad y la oportunidad necesaria y adecuada. Me he tomado mi tiempo para poder iniciar el viaje en el momento preciso en que debía suceder. Antes de salir, hace unas semanas, mi querida madre, respetuosa y cariñosamente me hizo la pregunta bien concreta, ¿te parece que con todo lo que pasa es el momento para esto? Gracias a mi madre, puedo afirmarlo rotundamente. Sí, toda mi vida ha sido una preparación para esto y ya no hay más tiempo que perder.

En el Clinamen la literatura abunda. Al embarcarme en este viaje, y más allá de lo necesario para poder cruzar el Atlántico a vela durante las previsibles tres, cuatro semanas, le dediqué un buen espacio de tiempo a decidir la compañía literaria. Dime qué libros lees y te diré quién eres. Si encima te los llevas en un velero de 11 metros navegando en solitario, los libros dejan de ser un mero pasatiempo para convertirse en objetos esenciales, como la bomba de agua, el mástil o el GPS.

A veces nos inundamos con consejos sobre dónde viajar, cómo hacerlo, las mejores opciones, buscamos ofertas. El navegante solitario poco puede competir y esperar en este terreno. Es un viaje épico, de supervivencia, de introspección. Es un viaje más hacia dentro que hacia fuera. No vas en busca de belleza, aunque sabes que cada momento vas a encontrarla. No vas en busca de lo pintoresco. Nada hay más ajeno al hombre que el desierto, el océano o el hielo. Ahí no somos nada. Y es esa nada, esa sensación de pequeñez, la que nos fascina a quiénes nos aventuramos a cruzar meridianos y paralelos inhumanos. Este Diario de a Bordo será un recorrido personal, y,  si se me permite la osadía, una mirada filosófica, pero peculiar, al por qué de viajar. Una mezcla de pensamientos, de referencias, de historias propias y ajenas, junto a partes de información meteorológica, náutica y algunas aventuras gastronómicas. Una mezcla de teoría y de práctica. De anécdota y reflexión.

Viajar solo. El hogar no es necesariamente el lugar en el que mejor encontramos a nuestro verdadero ser. La vida cotidiana insiste en que no podemos cambiar, ya que ella no lo hace; lo doméstico nos mantiene atados a la persona que somos en la vida ordinaria, pero puede que esa persona no corresponda exactamente a lo que somos en esencia. El viaje ontológico también es mi viaje.

Si nos sentimos atraídos hacia un aeropuerto o una estación de tren, si hoy oso cruzar el Atlántico en solitario a bordo de un velero de 11 metros, es tal vez porque, a pesar del peligro, el aburrimiento posible, la desesperación o la soledad, de manera implícita sentimos que estos lugares aislados nos ofrecen un entorno material para una alternativa a la comodidad egoísta de un mundo arraigado en lo ordinario.

A los doce años, ni tampoco a los veinte sabía cómo sería mi vida, cuántos hijos tendría, ni cuántas personas amaría, ni cuántos caminos recorrería. Sí sabía, empero, que algún día escribiría estas líneas. Que lo haría en un puerto, con poca luz, las velas listas, el mástil orgulloso y el casco seguro. A los doce sabía que ese niño que me dejé olvidado para crecer, tomaría el timón y zarparía como Dove, como la gaviota exploradora sin mayor límite que el infinito viajar.