Olas de Libertad #1 – ATARDECER DE LUNA

Pacífico, 05º 29.164’ S y 105º 05.209’ W, 28 de enero de 2021, 20:15 (UTC -6)

Hoy la Luna superó al Sol. El ocaso parecía que iba a ser como cualquier día nubloso en el océano. Un evento triste en la vida de un día que pudo ser brillante y sin embargo se va yendo sin pena ni gloria, dejando las oscuridades comenzar a reinar entre las luces.
En pocos minutos, ese horizonte gris fue apoderándose de toda la cubierta nubosa por encima de nosotros y se tornó amenazante.
Después del episodio cubano de tornado localizado, o microrrebentón como aprendí posteriormente que se dice en español (downburst en inglés), tomé un respeto casi temeroso a esos amagues de la naturaleza. Como bien dice el refrán, el niño al que un día se le derramó leche caliente, ve una vaca y llora.
Ni lerdo ni perezoso, tomé todas las precauciones para hacerle frente, esta vez no me pillaría desnudo ni de improviso por exceso de confianza. Todo se había desarrollado en forma ejemplar hasta ahora como para dejarme atrapar por un episodio perfectamente manejable si el marinero es precavido y toma debidos recaudos. Decía más temprano en mi diario de a bordo que Clinamen y su capitán habían madurado, que la experiencia es un libro que se va engrosando. Con buena voluntad se puede volver unas páginas atrás y recordar aquello que se vivió para usarlo en bien de una nueva página que se escribirá muy distinta.
Me vestí apropiadamente, preparé el salvavidas con su arnés bien desplegado y a mano, ordené todos los cabos, entré cuanto aparatejo se encontraba sobre la bañera. Ajusté unos grados el rumbo para que fuera más controlable si se desprendía un repentino ataque de ráfagas persistentes e incrementales. 
Si me quedó una gran enseñanza de aquel episodio caribeño fue que no debía dejarme tomar la iniciativa en los primeros instantes. Si el viento se apodera de la posición del barco y domina a las velas acostándolas gravemente, regresar a una postura regular, por no decir maniobrable, se hace extremadamente difícil. En aquella oportunidad, como bregábamos, en medio de una calma chicha de dos días, por un algo de borrasca, la visión de ese frente gris fue casi esperanzador y la sorpresa aún mayor cuando en un santiamén nos veíamos casi acostados sobre las estelas agigantadas, con todo el velamen del que disponíamos desplegado y vencido. Esta vez, ya habíamos tomado el recaudo de tomar un riso que juzgamos suficiente, si lo pillábamos en buena predisposición. Habría combate, me dije, pero no ataque por sorpresa.
La decepción fue proporcional a la preparación. Listos para dar batalla, el cielo pareció sonreír socarronamente y dejó pasar la partida. Apenas si dejó caer unas gotas durante diez, quince minutos. Ofreció una repuntada de mar y de soplo, pero nada que pasara de unas húmedas ráfagas de 25-27 nudos. Como por arte de magia, cual Satanás descubierto por un exorcista, el manto oscuro y agraviante, se fue disipando y dejando entrever bolas de algodón, a cuál más curiosa e imaginativa. Podían divisarse formas de las más curiosas, o dejar libre la creatividad para el niño que siempre está dentro de uno imaginándose, tirado en la hierba, que está en el universo del Principito de Saint Exupéry.
El sol volvió a descubrirse entre todos esos pelotones desordenados y por un momento me esperancé con una de esas caídas de sol inimaginables de belleza. La revancha de La Luz sobre la oscuridad. Prometía.

Los minutos pasaban y la lucha del amarillo sobre los tonos de grises, rosados y anaranjados no era muy clara. Se asemejaba a cuando un mal dibujante como soy, intenta expresar lo que siente con una acuarela. Tocamos y retocamos las manchas irregulares pero nada es exactamente como quisiéramos, todo se convierte en una sucesión de colores descoloridos que no dan el impacto deseado.
Decepcionado por la batalla no librada por el ogro gris, y no menos por el desmejorado crepúsculo que hubiera reequilibrado el ánimo, me di vuelta hacia el Este, para ver cómo se presentaban las antípodas.

Ahí recibimos el premio a la paciencia, la esperanza no decaída y el espíritu respetuoso de combatiente honorable. La luna se encontraba reinando sobre el paisaje posterior. Todo resquicio de nubosidad se había despejado en el horizonte oriental. Las olas del mar vestidas de un elegante gris brilloso parecían estar de gala y juguetear con la línea impecable que sostenía el telón en el cual una perfecta bola blanca reinaba majestuosa. Llena y orgullosa, triunfante, casi arrogante de belleza, se lucía la mal llamada astro menor.
Un impactante contraste de perfección se oponía a la mediocridad de los titubeos solares a los que habíamos asistido instantes antes.
Cobijados por esta blanca y refrescante luz que cubrió todo muy rápidamente, sentí un escalofrío de emoción y debía admitirlo físicamente, también en la piel, el viento y la falta de sol de la tarde habían dejado por herencia un ambiente bien fresco, inhabitual. Lo más aconsejable era entrar a buscar un mínimo, pero confortable, abrigo para seguir disfrutando de lo que nos ofrecía la naturaleza.

Hoy no hubo crepúsculo, en el sentido de la derrota u ocaso estelar, esta tarde celebramos el triunfo lunar. La belleza de lo inesperado, del encuentro con lo insospechado.
También, o quizás sobre todo, esto es navegar, para esto navegamos. 
Para vivir estos instantes de simple felicidad natural es que digerimos millas y millas, jugándonosla en cada momento de intensidad.

La noche no podrá ser más que hermosa, se me antoja apacible. Un regalo para festejar el tercio del recorrido.

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