Lea esperó durante 2 días que Xin Ping, su prometido, regresara de la Universidad. En los tiempos de las protestas, los estudiantes más politizados, militaban tanto como estudiaban. Las universidades en China son sumamente exigentes y una de las armas del régimen político contra los activistas es hacerlos fracasar en sus estudios para que se vean obligados a abandonar su carrera. Xin Ping era un buen estudiante, pero al mismo tiempo estaba comprometido con el deseo de luchar por una Nueva China. Quería modernizar al régimen desde adentro, obtener victorias democráticas que les permitieran sentirse más libres en el gran país que los vio nacer. Xin Ping no aspiraba a emigrar como muchos estudiantes que solicitaban becas en Estados Unidos o Europa. Quería fundar su familia cerca de sus padres y desarrollar una empresa con la que tener una situación económica razonable. Lea y su novio ya habían hablado de tener un hijo en cuanto pudieran adquirir una vivienda propia cerca del centro de la ciudad.
Fueron 48 horas angustiosas, pero peor fue lo que vino después. La madre de Xin Ping vino corriendo a ver a Lea para contarle lo que había escuchado por la mañana en el mercado. Las clientas y los tenderos discutían sobre las últimas protestas estudiantiles y las consecuencias de la represión del gobierno. Una gran cantidad de estudiantes había sido detenida y después de sumariarlos los ponían en prisión preventiva. A otros los habían asesinado y sus cuerpos habían desaparecido.
Lea entendió el mensaje desolador que le estaba transmitiendo su futura suegra. Si no tenían ninguna noticia de Xin Ping, podría ser que estuviera detenido o peor aún, muerto.
Durante varios días, las mujeres no cesaron de recorrer las oficinas gubernamentales para intentar conocer el paradero de Xin Ping. Si estaba preso sería casi un alivio para ambas. La peor situación era terminar el día sin noticias…
Un mes después de las protestas, Lea había establecido contacto con todos los amigos de Xin Ping que estuvieron con él el último día. El testimonio más preciso daba cuenta de su presencia cerca del puerto. Nadie lo había visto detenido ni en las inmediaciones donde hubieron más víctimas mortales.
Todos los días, Lea esperaba que Xin Ping apareciera contándole que había logrado esconderse y que había esperado el momento para salir nuevamente a la superficie. Visitaba a diario a la mamá de su prometido para darse ánimos mutuamente.
Cuando los padres de Lea, que eran originarios de una zona agraria de la provincia de Wuhan se trasladaron a vivir a la ciudad, sus hijos eran aún pequeños. Lea, la mayor de los tres, ayudaba a su madre con la huerta y con el cuidado del hermano más pequeño, cuando su madre no regresaba a tiempo a la casa, en épocas de cosecha. Eran una familia numerosa en China. Después del abandono de la regla de un hijo por pareja, como su primogénita había sido mujer, el padre había insistido a su esposa con tener otro hijo, deseaba que fuese un varón. Y así fue, llegó Chang, que fue muy festejado porque nació en el período de mayor crecimiento de la economía china. Todo era expansión tecnológica, las ciudades se desarrollaban a fuerza de rascacielos y todos los días, el país asiático registraba nuevos récords de exportaciones y de nuevos grupos industriales millonarios.
En las zonas agrarias el desarrollo no se vivía al mismo ritmo. El tercer embarazo de la mamá de Lea fue inesperado. Las autoridades comunales no lo acogieron muy bien, mantenían aún ciertos conceptos de control de natalidad. Una familia de 5 no era muy aceptada en la aldea, sobretodo por los ancianos, que habían conocido las épocas represivas de la Revolución Cultural. La madre debió incrementar sus horas de trabajo en el campo y depender de la ayuda doméstica de Lea, quien se hizo muy responsable desde pequeña.
El padre fue criticado por su entorno y en lugar de recibir más ayuda y apoyo de sus colegas, recibió reproches y discriminación en su progresión profesional. Él se desempeñaba como contable en una cooperativa cerealera. Antes de tener su tercer hijo, era el administrativo mejor valorado por los directivos y parecía tener un puesto asegurado en el comité comunal. Al ser padre por tercera vez, fue como si se habían apartado de los estrictos parámetros de esa sociedad. ¿A quién habían consultado antes de agrandar el núcleo familiar a 5 ?
Las jornadas eran largas para los dos padres y cuando estaban todos juntos, compartían el cansancio. Se movían lentamente, el ritmo era cansino y a la hora de la cena, se hablaba poco en la mesa. Los niños debían esperar a que el padre hablara antes de ellos hacerlo por lo que si él no habría la boca, los niños comían mirándose cómplices, pero ninguno pronunciaba ninguna palabra.
Cuando la Cooperativa decidió seguir los planes de reestructuración de la administración central, el padre fue despedido sin mayores explicaciones. El régimen comunista oficial, ejecutaba despidos sin miramientos ni indemnizaciones. La familia se vio obligada a emigrar a la ciudad.
La difícil situación familiar, obligó a la madre de Lea a apoyarse en su ayuda para todos los quehaceres domésticos.
Vivían en la misma casa desde que habían llegado a la ciudad. Ocupaban los 5 amontonados un apartamento de un solo ambiente.
En la infancia había sido divertido pero al inicio de su adolescencia se le hacía complicado. Lea soñaba con tener su rincón privado, no soportaba que sus hermanos la miraran de reojo cuando se cambiaba, que le hicieran bromas sobre sus senos que iban tomando forma.
No podía invitar a nadie, prefería ir a la casa de sus amigas o quedarse hablando en la calle. Su decisión de ingresar a la universidad no era tanto académica sino más bien de sobrevivencia, de tener un espacio propio alejada de sus padres y hermanos.
Conoció a Xin Ping en la primera reunión de comité estudiantil a la que participó. Le llamó la atención ese muchacho callado y observador, que de vez en cuando pedía la palabra para decir algo que la audiencia siempre apreciaba. Cada propuesta que planteaba era aceptada por la concurrencia. No parecía tener temperamento de líder, pero a Lea le pareció un chico muy equilibrado y con una audacia tranquila. A ella le gustaba su personalidad. Sus miradas se cruzaron las y ella le sonrió. Él le devolvió la sonrisa con un gesto tenue con los ojos. Al terminar la reunión cuando estaban despidiéndose de los compañeros conocidos, Xin Ping se acercó por detrás a Lea y le tocó suavemente el hombro. Ella se dio vuelta sorprendida y él se presentó. Le hizo una pregunta relacionada con lo discutido en la reunión, pero ella le respondió algo aturdida, para salir del paso. Él le ofreció su mejor sonrisa y le preguntó directamente si aceptaba ir a tomar algo con él. Fueron a una cafetería cercana, muy frecuentada por los estudiantes.
Lea observó lo popular que era Xin Ping entre sus amigos, conocidos y estudiantes que lo frecuentaban en las reuniones. Su templanza y calidez eran muy apreciadas, así como también sus propuestas y la forma de plantear los problemas. Con su estilo pragmático y positivo, transmitía convicción en sus ideas y lograba consenso.
Ese día, antes de terminar la tarde, Lea se enamoró de Xin Ping. A él lo había seducido la sonrisa franca de la joven compañera. Ella le transmitía una personalidad firme, responsable e íntegra. La acompañó hasta su casa mientras ella relataba toda la historia de su familia y de cómo habían llegado a la ciudad. Al llegar, ella no lo invitó a pasar, le explicó su situación familiar. Sus hermanos aún adolescentes, la molestarían mucho si entraban. Al despedirse, Lea le hizo un gesto para evitar que él le diera un beso, prefería una despedida formal, por si la estaban observando pero le dijo donde podían encontrarse al día siguiente.
A partir de ese día no dejaron de verse hasta el incidente de las manifestaciones y de la huída de Xin Ping. La casa donde vivía Xin Ping con los suyos era más amplia y no vivían hacinados sino cómodamente, con suficiente espacio para que cada integrante de la familia tuviera cierta privacidad. La madre de Xin Ping se encariñó con Lea desde el primer día que la conoció. Le dijo a su hijo cuánto le gustaba esa chica. Lea era atenta, inteligente y cariñosa, pero con temperamento. Sería una excelente compañera para su hijo, ella como madre estaba segura. Le agradaba tanto su joven nuera que a criterio de su hijo, la madre le robaba demasiado tiempo para estar con su novia. Por un lado le producía cierto orgullo que su madre se hubiere entendido tan bien con la mujer que amaba y por otro lado, a veces se la tenía que arrancar de su atención absorbente.
Pasaron casi dos meses hasta que Lea recibió un mail escrito en inglés y proveniente de una persona desconocida. Una tal Sara Huong, la saludaba desde la Polinesia Francesa. Sara le contaba en unas líneas, que era de origen chino y había tenido la suerte de conocer a su novio que había estado visitando la isla de Tahuata, dónde ella vivía. El correo no decía mucho más, como para no llamar demasiado la atención. Sólo intentaba darle la pista a Lea de que Xin Ping estaba vivo.
Lea contestó inmediatamente para obtener más detalles. Llamó a la madre de Xin Ping y le contó que había recibido un extraño mail. Lea interpretó que era una señal clara de que Xin Ping estaba con vida, pero no entendía mucho más. La esperanza había renacido y sólo quedaba aguardar un nuevo correo aclaratorio.
Al día siguiente recibió otro mensaje, pero esta vez de un francés, un navegante que decía haber rescatado a Xin Ping en el Océano Pacífico y que conocía su paradero, pero que por el momento no podía decirle nada más.
Xin Ping al disponer de la computadora de Sara pensó en conectarse a su cuenta de correos para enviarle él un mensaje a Lea y a su madre, pero razonó que seguramente sus comunicaciones estarían vigiladas e intervenidas. Por esa razón le solicitó a Sara que fuera ella quién escribiera a su novia, dándole solamente unos indicios.
Xin Ping había guardado celosamente mi dirección de mail y me escribió también de inmediato indicándome su paradero. Se encontraba en la isla de Tahuata y decía dónde lo podía encontrar. Estaba sano y salvo, vivía por el momento bajo la protección de Sara Huong, en un cuarto del almacén de Vaitahu. Deseaba como pocas cosas en el mundo, estrecharme pronto en un fuerte abrazo. Me debía su vida y ahora que se sentía a resguardo le era muy importante poder decírmelo y mejor en persona. Me envió la dirección electrónica de su novia, Lea, y me pidió que le escribiera de su parte, que en un corto mensaje le contase que yo lo había rescatado en el mar y que se encontraba bien, pero sin decirle el lugar, por si la casilla de correo de Lea estuviera bajo control.
Ping durmió mucho mejor esa noche. Cerró los ojos pensando en que pronto vería a Lea y que todas las penurias pasadas no habían sido más que una pesadilla.
Apenas se durmió, soñó que estaba viviendo en una playa de arenas blancas, cuidando una huerta, a la que había devuelto toda su productividad. La cabaña abandonada y destartalada se había convertido en una humilde pero bien restaurada casita de madera, chapa y hojas de palmera. La había arreglado íntegramente él mismo, cuando la dueña del terreno le había dado su autorización. Estaba cosechando unas papas y unas batatas que se daban muy bien en ese suelo arenoso, cuando escuchó a sus dos hijos gritar con algarabía que el Tío Clinamen, como me llamaban, había entrado en la bahía. Xin Ping se levantó y vio a su mujer, espléndida, feliz, saludando en dirección de la playa al barco que estaba echando su ancla.

A la mañana, Xin Ping se despertó descansado, hacía mucho tiempo que no se sentía tan bien. Miró a su alrededor, recién despuntaban las primeras luces. Eran las 5 de la mañana, hora de empezar a preparar la apertura del almacén. Plegó el catre y las sábanas que le había prestado su amiga Sara. ¡Qué bendición había sido encontrarse con una persona tan solidaria, amable y comprensiva! Pensó que en realidad, desde su rescate, había tenido muy buena suerte. Las pocas personas con las que se encontró fueron de una ayuda excepcional. Ahora que había podido escribirle a Lea, se sentía un hombre realmente afortunado, pese a las desgracias sufridas desde que había huido.
Se puso rápidamente en marcha, sin perder tiempo, quería volver a conectarse para ver si había recibido respuesta de Lea. Antes debía dejar todo listo para que cuando Sara llegara, no lo regañara.
Como cada días, Sara llegó a las 5 y 45. A las 6, la tienda recibía sus primeros clientes tempraneros. Saludó a Xin Ping y lo notó más sonriente y descansado. Encendió la computadora y su amigo se mantuvo a su lado, estaba ansioso por recibir un mail. ¡Tenía una respuesta de China! Y también recibió mi contestación en la que le decía que estaba muy feliz de saberlo con vida y le contaba que me encontraba aún en la isla de Nuku Hiva, en la maravillosa bahía de Anaho. Había temido realmente por su desaparición en el mar y le prometía que pronto vendría a verlo a Vaitahu.
Sara, como responsable de la tienda le sonrió cálidamente, pero con amabilidad le dio a entender que no era el momento de responder. Le prometió que le dejaría hacerlo en cuanto cerraran el negocio para la pausa del mediodía.
Para el alma inquieta de Xin Ping, Esa mañana transcurría con una lentitud insoportable. No dejaba de mirar el reloj porque tenía la impresión que las horas duraban más de lo normal.
A las 11 y 30, hora del almuerzo, Sara no necesitó llamar a su amigo, él estaba delante suyo esperando la orden de cerrar la cortina del depósito.
Se sentaron nuevamente en la computadora y Sara ofreció abrirle una cuenta de mail propia y con un nombre nuevo. Así se podría comunicar con los suyos, sin depender de ella y evitando usar su cuenta china, que debía estar intervenida. Escogió llamarse Wang Li y desde esa nueva identidad le volvió a escribir a Lea, citándole un par de detalles íntimos por los que ella sabría que podía confiar que era Xin Ping, su enamorado.
Al terminar la jornada, podría disponer de la computadora para comunicarse con su nueva cuenta, pero Sara le rogó que se abstuviera de usarla para cualquier otra cosa. Vairae le había prohibido a ella usar la computadora para asuntos personales.
Al final de la tarde, Xin Ping retomó sus correos. Había recibido una respuesta emocionadísima de su querida Lea. Era muy directa y elocuente, le rogaba que hicieran hasta lo imposible por volver a estar juntos. Sin despertar sospechas en relación con su desaparición y su nuevo paradero, ella había preguntado en el comité estudiantil en el que militaban, de qué formas podía viajar al exterior. Lo que había podido averiguar era que se necesitaba bastante dinero para obtener una suerte de salvoconducto y salir como turista desde Hong Kong hacia Europa, Australia o Estados Unidos. El gobierno central estaba dejando salir a jóvenes disidentes como forma de descomprimir la tensión política. Aunque ella no estaba fichada, o al menos eso suponía por no ser activista, era mejor extremar las precauciones.
Xin Ping le informó por un lado, cómo acceder a su cuenta de ahorros en China, advirtiéndole que no eran más que escasos. Por otro lado, le contó que recién empezaba a trabajar en la isla y no podía pedir un adelanto. Escribió también unas líneas para sus padres, tranquilizándolos y pidiéndoles si podían ayudar a Lea con algo de dinero para poder viajar a su encuentro. Sabía que les estaba pidiendo un sacrificio importante, ellos no estaban muy holgados económicamente en los últimos meses. Desde que habían estallado las protestas, su comercio no andaba bien y con la pandemia, los ahorros se fundían como la nieve en primavera.
Al otro día tenía la alegría de tener noticias de su madre y un abrazo de su padre. En cambio, Lea le comentaba que la situación económica no permitía costear los gastos de un viaje desde China a un destino tan lejano como la Polinesia. Y también se presentaba el problema de los visados y de las restricciones sanitarias. China estaba cerrada para muchos países y otros como Australia, directamente se habían cerrado ellos mismos, suspendiendo los vuelos turísticos desde y hacia todos los destinos.
Lea no quería ni podía renunciar a su vida con Xin Ping ahora que sabía que él la estaba esperando.
Las protestas estudiantiles cesaron durante la pandemia y el gobierno aflojó la persecución política, concentrándose en la seguridad sanitaria que era la mayor preocupación mundial.
Lea y Xin Ping se escribían a diario y éste le contaba con lujo de detalles lo que hacía en su nuevo hogar, la vida de cada persona del pueblo que conocía y los planes que tenía para cuando pudieran verse.
Además, Xin Ping le contó del día de nuestro reencuentro, la enorme emoción del prolongado abrazo. Xin Ping saltaba de alegría y repetía palabras en su idioma que sólo él y Sara entendían. Esa noche lo invité a cenar en el Clinamen y cuando subió nuevamente al barco se postró besándolo en agradecimiento profundo.
Yo debía emprender pronto el regreso a Francia y le prometí a mi amigo que haría todo lo posible para ayudar a Lea a conseguir un visado para reencontrarse con él, pero había más de una dificultad, ya que él mismo debía iniciar antes un proceso como refugiado político. Yo era su principal testigo pero mientras averiguara todos los trámites por realizar, era mejor que él se quedara en esta pequeña isla donde ya todos sus habitantes lo habían adoptado.
Por razones de seguridad, siempre dispongo de 2 celulares y como ya estaba en la última etapa de mi viaje, le obsequié uno a mi amigo para que pudiera conectarse con autonomía, sin depender de la computadora del almacén. Lo primero que hizo Xin Ping fue descargar la aplicación WeChat, equivalente chino de Whatsapp, y llamar a Lea para que yo la conociera antes de zarpar.
Lea respondió con sorpresa, algo de miedo, pero después de unos segundos de emoción y lágrimas, se le notaba la cara de dicha. Era delgada, su cabello negro, lacio y largo, recogido prolijamente detrás, mostraba su dulce rostro emocionado.
Me pareció algo tímida, quizá por mi presencia. Su inglés no era muy bueno así que no pudimos conversar demasiado.
Yo me alejé, dejando a los dos enamorados solos en su primer encuentro cara a cara desde hacía tanto tiempo.
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