
Isa era consciente que podía estar cometiendo un gran error al dejar pasar este amor tan fulgurante, quizás nunca más se presentaría una ocasión de amar tan intensamente, en un lugar tan místico y con tanta magia rodeando las emociones.
Ni ella ni su familia eran de una tradición o práctica religiosa. No se inclinaba tampoco por nada que fuera muy espiritual o místico. Ni de pequeña la habían impresionado los magos. Había elegido el periodismo como oficio porque le interesaba sobre todo la realidad, los hechos.
Isa era muy realista, le buscaba una explicación a todo y por lo general se la encontraba, así justificaba doblemente el predominio de su raciocinio. Era tan buena en las conjeturas, deducciones y análisis de circunstancias, que progresaba rápidamente en el medio periodístico. No sólo había hecho una buena carrera, sino que también era capaz de explicitar un análisis en muy pocos minutos después de los hechos o de un relato sobre algún acontecimiento.
Era menuda, sonriente y agradable, sin ser una mujer que atrajera por su aspecto físico. Eso en lugar de perjudicarla, le había favorecido, ya que permitía que sus colegas o superiores masculinos destacaran mejor sus capacidades netamente intelectuales y su habilidad profesional en su globalidad.
Tenía apenas 28 años e iba a participar del noticiero diario del mediodía en la cadena más popular de Brasil. No podía desaprovechar esa oportunidad por un encuentro amoroso que después de un tiempo olvidaría. Pensaba también que nada impedía que su novio retornara a ella. Él estaba haciendo un viaje sin objetivo preciso ni compromisos o deberes para con nadie.
Su amiga Francisca sentía que últimamente Isa estaba muy melancólica y la entendía sobradamente. Ella misma sentía ya cierta nostalgia de los momentos pasados durante esas dos fabulosas semanas. No podía negar que a ella también le hubiera gustado enamorarse de José. Le gustaba bastante, pero él nunca le había hecho ningún avance. Ella no debía ser su tipo, pero como amigos se llevaron muy bien y era una compañía muy agradable teniendo en cuenta que su amiga estaba obnubilada por el mochilero argentino. Varias veces trató de disuadir a Isa de que se enganchara demasiado sentimentalmente porque la relación no llegaría a nada. Pero las circunstancias fueron mucho más fuertes y persuasivas que toda la lógica y la razón. Los días que pasaron entre templos, ruinas, ceremonias y gente con una cultura tan diferente habían sido cien veces más emotivos y envolventes que los argumentos más convincentes.
Francisca había tomado a su amiga en sus brazos y le había dicho: -“Amiga del alma, nadie nos quita lo bailado” – frase muy común pero tan adecuada a este momento en el que lo único que cabía era la aceptación. No había sentimiento de resignación porque no había de qué arrepentirse, quizá sólo cabía agradecer el haber vivido momentos tan especiales y únicos que probablemente nunca se habrían de repetir. En cualquier caso, era mejor haberlos vivido y ser consciente de la razón de su decisión que no haberlos vivido nunca y por ello no tener nada de qué cuestionarse.
Las primeras dos semanas de trabajo en O Globo fueron muy intensas y eso le permitió a Isa hacer abstracción de sus sentimientos y no pensar ni dudar sobre la decisión de priorizar su carrera profesional. Alguna noche al acostarse había tenido la atracción de mirar al cielo y entretenerse con buscar la Cruz del Sur, esa constelación que a su novio (su príncipe andino, como ella lo había bautizado) tanto le fascinaba.
Su trabajo le gustaba mucho y con solo diez días al aire, el jefe de redacción había destacado su profesionalismo. En la última reunión de redacción se había planteado la cobertura del conflicto armado en Nicaragua. La Revolución Sandinista había triunfado hacía unos años y Estados Unidos estaba financiando, equipando y dando todo el apoyo logístico a la contrarrevolución, llamada los Contras. El director del canal tenía bastante simpatía por los sandinistas y quería despachar un equipo propio para cubrir la fiesta del sexto aniversario de la Revolución, el día 19 de julio.
Isa se adelantó y antes que buscaran a voluntarios, se presentó como enviada especial si le permitían viajar con un equipo de al menos 3 personas.
Al director le gustó la idea porque conocía la enorme capacidad profesional de la joven Isa y le parecía una excelente oportunidad para ella y el canal.
La preparación para la misión se hizo a ritmo forzado y en poco tiempo tenían todo listo. Llegarían dos semanas antes de la fecha de las festividades y eso le permitiría hacer una serie de reportajes sobre la situación de guerra. Enfocarían el documental sobre la percepción de la población del estado de guerra permanente y las perspectivas de libertad que la revolución había traído. Durante los días de preparativos, Isa pudo tomar contacto con varias redes de relaciones y por diversas vías, ya tenía concertadas entrevistas con las principales figuras protagonistas del momento político. La cobertura no podía más que tener éxito y para ella era su primera experiencia sobre el terreno en un conflicto armado.
Isa sentía que esta clase de misión llenaba por completo de sentido las motivaciones por las que se había comprometido en esa vía profesional. Se sentía viva, útil y que contribuía a los desafíos de su generación. Aparecer en la pantalla le gustaba, no podía negar que le daba cierta adrenalina que la excitaba casi tanto como un acto sexual. El resto de la tarea fuera de cámaras era trabajoso y ocupaba el resto de su día. Su compromiso profesional era total y absorbente. Pensó que probablemente el hecho de estar tan cerca del frente de una guerra, en el corazón del conflicto, sería aún más vibrante y excitante.
El 26 de junio pudieron embarcar en un avión que los llevó a Managua, la capital nicaragüense, que se encontraba en una mezcla de estado de sitio y de desorden paupérrimo. La ciudad tenía un aspecto triste, un poco por las concecuencias de la guerra de liberación, pero sobre todo por las consecuencias dramáticas del terremoto de 1972 que casi la había destruído por completo.
Isa, como todos los equipos de periodistas del extranjero, se alojó en el Hotel Intercontinental que seguía manejándose como tal, bajo un convenio especial con el gobierno sandinista. El hotel recibía los aprovisionamientos directo del extranjero, de los que no se beneficiaba el común de la población. Allí todavía se servía el desayuno continental o americano y nada faltaba en el brunch, mientras que afuera sólo se conseguían unos frijolitos y unos huevos revueltos si era un buen día.
En realidad la vida en esa ciudad desamparada por el conflicto tenía un pulso extraño según con quién uno se encontrara. El ritmo era frenético, nervioso y urgente para todos los que participaban en los movimientos militares o los conflictos políticos que se larvaban fuera del conocimiento de la gente. El ánimo era cansino para el resto de la población que lidiaba diariamente con las libretas de racionamiento o los carnet de miembro del movimiento sandinista o de obtener el nombre de algún conocido para intentar conseguir algo de comida para llevar a la casa. Sin embargo, la gente no se quejaba, primero porque no quería ser amonestada o tomada por contrarrevolucionaria y segundo porque reconocía que antes de la revolución estaban igual. La escasez y las restricciones eran propias del estado de guerra, por lo que sólo cabía elegir un bando y en general apoyaban a los comandantes porque creían que ellos terminarían de una vez con la contrainsurgencia y la paz traería el bienestar para todos.
El día de su llegada, Isa se preparaba para entrevistar al Comandante Tomás Borge. Para su gran sorpresa, no era el único equipo de televisión que había sido autorizado al encuentro. Había otro equipo de la TVE, la televisión española y una periodista de una radio neoyorquina, pletórica, inquieta y muy chispeante, que estaba aparentemente sola, pero hacía tanto ruido como un equipo entero.
El Comandante llegó casi una hora y media más tarde de lo pactado. La americana, Karen, se levantaba cada diez minutos e intentaba averiguar las razones de la tardanza, quejándose a su manera, pero sin dar pie a que los funcionarios y soldados se molestaran. Era muy seductora y sugestiva y sabía cómo hacerse notar, pero al mismo tiempo que le perdonaran su personalidad exuberante. Hablaba bastante bien castellano aunque con un acento muy pronunciado.
Isa estaba a un lado con su equipo, algo distanciados, quizá por el cansancio del viaje todavía no tenían muchas ganas de hablar con colegas ni de nada, aparte de cumplir con su tarea profesional.
Karen se acercó a Isa para presentarse y le dijo que era de una radio independiente de izquierdas de Nueva York y con un guiño de ojo le comentó en voz baja que si estaba aquí era por su novio, el periodista español, que se llamaba Pedro.
Pedro parecía muy formal, a pesar del intenso calor que reinaba en Managua, el español estaba vestido con saco y corbata. Aparentaba serio, tranquilo, casi pasaba desapercibido, todo lo contrario de como se presentaba su amiga, la ruidosa americana.
Cuando el Comandante Borge entró en la sala donde lo esperaban los periodistas, se produjo un reacomodamiento. Pedro se ubicó en el centro, Isa y Karen a cada lado.
Borge había sido nombrado Ministro del Interior y se decía que era el número dos del gobierno que acababa de asumir después de las primeras elecciones post revolucionarias, con Daniel Ortega como Presidente. Estaba vestido como militar y su postura era muy seria y firme. Saludó amablemente y agradeció a los periodistas extranjeros por cubrir adecuadamente y con honestidad la situación del país, de la guerra que la Revolución debía enfrentar y las restricciones que todos estaban obligados a soportar.
La conferencia de prensa duró media hora, se desarrolló cordialmente y el ministro no dejó ninguna pregunta sin responder. Las intervenciones de Pedro y de Isa para sus respectivas cadenas fueron complementarias, como si hubieran preparado conjuntamente la reunión. En cambio, Karen, le hizo preguntas totalmente fuera de lugar. Tomás Borge le respondió, con respeto, pero sonriendo en forma algo sarcástica, como insinuando que probablemente en Estados Unidos no estuvieran muy bien informados sobre quiénes eran los sandinistas y lo que representaban para su pueblo.
Después del encuentro, todos los periodistas regresaron al Hotel Intercontinental.
Los tres integrantes del equipo brasileño sólo deseaban comer algo sencillo e irse a descansar para reponerse del viaje. Isa se acercó a saludar a Pedro y él le propuso juntarse a desayunar al día siguiente, que podía transmitirle una cantidad de detalles sobre la forma de moverse en el país, recomendaciones para ella misma y para su equipo de trabajo.
Isa aceptó la propuesta sin dudarlo, ya que su segunda entrevista la tenía al día siguiente, pero no antes del almuerzo. Tenía toda la mañana libre para entender la geografía de la ciudad y el entorno profesional de los corresponsales extranjeros.
Isa bajó a desayunar temprano y el periodista español ya estaba en el comedor. Le sorprendió que fuera tan madrugador. Sin embargo, Pedro la sacó rápidamente de su asombro. Le contó que por un lado era provechoso madrugar en un país donde hacía tanto calor, ya que al mediodía era imposible hacer cualquier cosa productiva, tan grande era el sopor. Pero además agregó, antes de que ella le preguntara, que no había tenido una buena noche y prefirió bajar al comedor apenas abrió. Isa se daría cuenta de la causa más tarde, con la llegada de la periodista americana de muy mal humor. Karen le había hecho una escena de celos que duró hasta altas horas de la noche y la causante no era otra que Isa.
Pedro resultó un tipo serio e interesante, no parecía una buena pareja para el tipo de mujer que era Karen. Seguramente se habrían conocido allí y era una relación pasajera, por afinidad profesional.
Mientras él hacía dibujos con mapas y anotaba nombres en servilletas, Isa tenía la mente medio perdida imaginando la vida que tendrían esos corresponsales que vivían tan alejados de la realidad y la rutina de sus lugares de origen. Pensó que esa aventura era lo mejor que le podía haber tocado en ese momento de su vida y le permitiría despegarse un poco más del recuerdo de la historia reciente del verano.
Al mismo tiempo recordó que su novio mochilero tenía pensado viajar por Sudamérica y quizás cruzar a Centroamérica. Por un instante, tuvo la fantasía de que lo pudiera encontrar allí. No se le había ocurrido esa posibilidad hasta ese momento. Sería muy curioso y perturbador pero quizá fuera oportuno para aclarar los sentimientos que todavía sobrevivían. Ella no era buena para extrañar y lamentarse, dudó si en el fondo estaría dispuesta a volver a reencontrarlo y plantearse nuevamente la disyuntiva de la separación.
Pedro continuaba con sus explicaciones e Isa le escuchaba a medias, ya que imaginaba qué podía pasar con un encuentro fortuito en un ámbito tan especial para ella.
Pedro terminó diciéndole que los pocos extranjeros que había en el país se conocían al cabo de poco tiempo, ya que no había realmente turismo por el peligro del momento. Aparte de los periodistas, algunos ingenieros, maestros, médicos o militantes que venían para levantar la cosecha del café, nadie pasaba desapercibido y todos se encontraban en el desayuno o el brunch del Hotel Intercontinental, donde por un dólar podían comer abundantemente en comparación a la escasez que se vivía en la ciudad o en los pueblos del interior. Era el único hotel internacional que había quedado después de la revolución y había llegado a un acuerdo con el gobierno sandinista para ser el alojamiento donde iban todas las delegaciones extranjeras oficiales y el personal de prensa acreditado.
La segunda entrevista que tenía agendada Isa también coincidía con el equipo español, ya que era con el Ministro de Cultura Ernesto Cardenal. El ministro era una personalidad muy particular dentro del Frente Sandinista, era sacerdote y teólogo de la Liberación, como su hermano Fernando quien ocupaba el cargo de Ministro de Educación y había sido el responsable de la exitosa campaña de alfabetización realizada pocos meses después del triunfo de la revolución del ‘79.
Los dos equipos quedaron en ir juntos aprovechando que la TVE había permitido a Pedro alquilar una camioneta bastante amplia donde el pequeño equipo brasileño podía acomodarse. Al llegar se encontraron con que habían otros tres medios latinoamericanos, uno de México, uno de Chile y otro de Colombia.
El padre Ernesto Cardenal además de ser jesuita era poeta, escultor y le gustaba mucho pintar cuando podía. Había sido suspendido del ejercicio del sacerdocio por Juan Pablo II, quien decretó que los curas defensores de la Teología de la Liberación eran contrarios a la doctrina de la Fe. Cardenal se había vuelto más político y artista que religioso o teólogo.
Le encantaba conversar y era muy respetuoso de la tarea de los periodistas por lo que él no se hizo esperar, ya que se encontraba presente en la sala del ministerio al menos media hora antes de lo convenido. Estaba dispuesto que la conferencia de prensa sería de 45 minutos pero duró más del doble. El interés y la amenidad de Ernesto Cardenal fueron muy bien aprovechados por los enviados especiales de las cadenas televisivas.
Al terminar, debían regresar al hotel, pero Pedro le propuso a Isa bajarse en un café muy popular de donde regresarían posteriormente a pie al hotel. Apenas se quedaron a solas, Isa entendió que el colega tenía cierto interés en ella y lo confirmó cuando él le preguntó si ella tenía pareja en Brasil.
Isa le respondió que no, pero que salía de una relación corta pero muy intensa. No le preguntó por la situación de él porque ya sabía que estaba con la colega americana. Sin embargo, Pedro le aclaró que él tampoco estaba en pareja, que había conocido a Karen hacía un par de semanas y ella era tan absorbente que esa noche habían decidido separarse. En un intento de intimar algo más, le contó que su ya exnovia, le había hecho toda una escena en la noche anterior al enterarse de la proposición de desayunar con la brasileña. La americana era demasiado demandante para él y ya se sentía aliviado de no tener que compartir más la habitación con Karen.
Isa lo encontraba agradable y muy solícito con ella, pero no se sentía con ganas de flirtear o de entrar en una seducción con alguien que venía de cortar con su novia en la noche anterior.
Dirigió la conversación hacia los temas profesionales y relacionados con la misión que había traído a ambos a Nicaragua. Hacía casi tres semanas que Pedro estaba en el país y se quedaría hasta el día después de la fiesta de la Revolución. Conocía todos los rincones habilitados para visitar e incluso había estado en tres ocasiones en el frente de guerra. Dos veces había ido acompañando tropas del Ejército Popular Sandinista y una vez en la que pudo entrevistar a Edén Pastora, el famoso Comandante Cero. Este reconocido líder sandinista se había peleado poco tiempo después del triunfo con los hermanos Ortega, pasando a la lucha contrarrevolucionaria. Actuaba desde la frontera con Costa Rica formando el grupo o ejército de la ARDE (Alianza Revolucionaria Democrática). Era el jefe militar más mediático desde que había logrado su gran éxito previo a la Revolución, asaltando el Congreso y tomando de rehenes a todas las fuerzas políticas y familiares somocistas. Pastora manejaba muy bien el contacto con la prensa internacional.
Isa valorizó mucho tener la posibilidad de tomar tantas notas de la situación, siendo que había llegado hacía tan poco tiempo al país. Pedro fue muy generoso con la información que tenía. No consideraba a Isa ni a su equipo como competidores y podía sentir claramente que la chica le gustaba. Le atraía su estilo independiente, profesional y su claridad en analizar los temas incluso ante un personaje tan duro como el Comandante Borge. Se sentía totalmente seducido y no podía dejar de reconocer en su fuero interno que el hartazgo con Karen y sus celos estaba principalmente motivado por la atracción que ese día había sentido por Isa.
Se hizo de noche temprano, casi no había luces en las calles, decidieron regresar al hotel sin tardarse demasiado.
Isa procuró no despertar falsas expectativas en Pedro, pero al mismo tiempo su presencia a su lado le resultaba además de práctica y facilitadora muy agradable y le transmitía seguridad. Durante varios días y con sendos equipos de trabajo, recorrieron varias zonas juntos haciendo una labor paralela para cada una de sus cadenas de televisión. Se acercaba la fecha de las festividades nacionales y ambos partirían el día 20 a sus repectivos países de origen.
Pedro había intentado acercarse en más de una ocasión a Isa, pero ella había mantenido su distancia emocional para evitar una nueva disyuntiva como la que había vivido hacía tan solo unos meses antes. Aunque esta vez había una diferencia importante que por momentos la ponía en una cierta duda. Pedro trabajaba en el mismo medio y oficio que ella y era más fácil visualizar una compatibilidad de cara al futuro profesional que era en ese momento su prioridad absoluta. También, se había planteado mantener su ética profesional y no quería que sus colegas percibieran que aprovechaba esos días para tener una aventura amorosa.
El día 19 de julio fue muy importante porque pudo sentir en las calles el fervor que despertaba la evocación del triunfo revolucionario. La gente se había apropiado del espacio público, se vivía una auténtica fiesta popular. En las calles no circulaban más que unos pocos coches autorizados o los vehículos como el suyo, con acreditación de prensa.
Pedro había logrado conseguir, gracias a los excelentes contactos que había tejido con el gobierno, una pequeña reunión con el vicepresidente Sergio Ramírez. Supuso que a Isa también le interesaría, por lo que hizo el pedido para ambas cadenas, como si estuvieran juntos. Isa apreció su gesto porque la calidad del interlocutor valía mucho la pena.
Ramírez era un escritor y periodista que otorgaba al movimiento sandinista un apoyo de intelectuales reconocidos y respetados. Su amabilidad, comprensión del oficio y el aprecio mostrado hacia los jóvenes periodistas resultó en una charla excelente y enriquecedora.
Desde la perspectiva del documental que Isa estaba terminando de producir, esta conferencia que se desarrolló en una oficina próxima a la Plaza de la Revolución, y muy cerca del horario de comienzo, les permitió acompañarlo hasta el escenario donde se ubicaban las autoridades. Su cámara tendría las imágenes perfectas desde la misma visión de los oficiales y completarían el reportaje sobre el Día de la Revolución con las imágenes previamente filmadas de la población en las calles festejando. El slogan del sexto aniversario era Cumpliendo el Sueño Revolucionario, Soñando al Hombre Nuevo e iba acompañado de la imagen del Ché Guevara.
Isa sentía desde el estrado el entusiasmo de la gente y el sueño de un futuro con paz y con bienestar. El frente de guerra parecía estar muy lejos en esos momentos de festejos y algarabía.
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Ese mismo día de conmemoraciones yo llegaba a la ciudad de Managua en un camión abierto, desde la frontera de Costa Rica. Había sido el único medio de transporte que había podido conseguir por tratarse de una fecha especial en la que era fiesta nacional y todo el mundo festejaba en su pueblo o localidad.
Tuve la suerte de encontrarme en la calle con unos argentinos, viajeros como yo, que ya habían llegado a Managua una semana antes y habían conseguido alojarse en una casa de familia a muy buen precio. Me dijeron que esa noche podría ir a esa misma casa y después decidir mis planes. De esa manera, no perdí tiempo en buscar un alojamiento y en cambio fui directo a la Plaza de la Revolución donde pronto comenzarían los discursos.
El ambiente era impresionante y el festejo realmente popular, con familias caminando y niños jugando por todas partes.
Pudimos acercarnos bastante al centro de la escena montada para recibir a las autoridades sandinistas. Todavía no conocía a todos los personajes, pero sí a los más importantes. Admiraba particularmente al vicepresidente Ramírez, por ser un escritor e intelectual de renombre y lo reconocí entre los primeros que iban llegando al estrado.
Cuál fue mi sorpresa cuando me pareció reconocer a Isa situada casi a su lado al ingresar al escenario. Ella se quedó a un costado, yo estaba casi seguro que era ella porque sostenía un micrófono y hablaba a unas cámaras. Aunque estaba algo lejos y mi fantasía podía estar jugándome una mala pasada, estaba seguro de que no era un sueño o un deseo excesivo el que me producía esa visión.
Era imposible acercarme más , era inútil tratar de abrirme paso entre la muchedumbre e intentar ser visto por Isa desde el escenario.
Me dispuse para moverme rápidamente hacia adelante al final de los actos, pero no dio resultado porque al terminar el evento, los periodistas se retiraron inmediatamente por la parte trasera junto con las autoridades. Cuando llegué hasta el estrado, ya sólo quedaban los técnicos que guardaban el material técnico.
Intenté darme ánimo diciéndome que al día siguiente buscaría dónde encontrar al equipo de la televisión brasileña. No debía ser tan difícil en una ciudad donde los extranjeros sobresalían fácilmente.
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Isa no podía terminar de mejor manera su primera misión internacional y le había gustado tanto la experiencia que prefería esa clase de periodismo que el quedarse en San Pablo para reportar a diario noticias de mayor o menor interés.
El día siguiente ambos equipos, que habían tejido una cierta amistad al compartir tantos momentos y kilómetros juntos, desayunaron el famoso brunch del Intercontinental y fueron juntos al aeropuerto, pese a que el vuelo a Brasil salía una hora después que el que iba con destino a Madrid.
Isa se quedó pensativa después de saludar con un fuerte abrazo a su colega Pedro. No sabía si sentía algo por él o si era tan solo agradecimiento, cariño y una amistad que se había afianzado en las complicadas situaciones de trabajo y en las horas de carreteras compartidas.
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Por la mañana, la familia que nos hospedaba me informó que los periodistas extranjeros se alojaban todos en el Hotel Intercontinental y allí me fui cerca del mediodía, con una emoción intensa y creciente, a preguntar por Isa y su equipo de O Globo do Brasil.
En la recepción me informaron que la mayoría de los periodistas estaban en el brunch, que echara un vistazo a ver si los encontraba ahí.
Di una vuelta en la sala y no la encontré. En una mesa, sentada sola, estaba una mujer que me sonrió en cuanto me vio entrar. Aproveché la confianza que me dio esa sonrisa para preguntarle si era periodista y si había visto a un equipo de periodistas de Brasil. La mujer me dijo que se llamaba Karen y que sí los conocía, eran una chica joven con tres técnicos. Habían estado en el hotel pero creía que se marchaban ese mismo día. Quizás todavía estaban en sus habitaciones, por lo que me dirigí nuevamente a la recepción para preguntar en cuál habitación se alojaba Isa. Me derrumbó la ilusión cuando la recepcionista me dijo que ya habían desalojado sus habitaciones y que se habían ido al aeropuerto antes del mediodía.
Pregunté cómo se llegaba hasta el aeropuerto y me dijeron que la única forma era en taxi. No lo dudé y me precipité a la puerta, bajo la mirada curiosa e interesada de Karen.
Llegué a la terminal aérea cuando por los altoparlantes sonaba el último aviso para embarcar en el vuelo a Río y San Pablo. Era la confirmación que perdía la oportunidad de volver a ver a Isa después de haberla perdido la noche anterior por unos pocos cientos de metros.
Volví a la parada de taxi y me tocó el mismo coche que me había traido. Le conté mi historia al taxista, el buen hombre se dio cuenta que yo necesitaba hablar, que estaba desconsolado. Con esa ida y vuelta al aeropuerto podía dar su jornada por terminada. Me invitó a su casa, esa noche conocí la solidaridad, la generosidad y la humildad de un típico hogar nica. Pude compartir y darme cuenta cómo se alimentaba una familia entera con una pequeña ración en tiempos de guerra.
A través de esos gestos tan reales en esta modesta casa parecía encarnarse el slogan que se encontraba en los grandes carteles de las calles. Esta agradable cena imprevista confortaba el concepto de una Revolución Soñada, la que transforma el espíritu de un pueblo. La decepción por lo de Isa encontró algo de equilibrio en mi alma. A un sueño muy personal lo compensaba con el sueño de todo joven estudiante de filosofía, como era mi caso, sentirse cerca del espíritu revolucionario en un momento histórico del desarrollo de una sociedad nueva.
Era mi segundo día en la Nicaragua Sandinista y todo lo que podía haberme imaginado en las tertulias porteñas lo encontraba muy cercano a la realidad, al menos la que me había tocado en estas primeras experiencias en el país.
Continua en el Capítulo #5 (en preparación – Regresa pronto para leerlo)
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*tiarescott from Managua, CC BY 2.0