Ulises, el Mástil y las Sirenas – Costa del Mediterráneo navegando hacia el sur, 23 de febrero de 2016

Cumplidos los 50 había llegado el momento de poner rumbo hacia el viejo sueño: darle la vuelta al mundo navegando. Desde entonces han pasado dos años hasta que por fin el Clinamen ha puesto proa hacia el Atlántico. Durante este tiempo una especie de maldición mítica me ha varado en tierra. Me sentía cual Ulises siendo víctima del famoso canto de Sirenas y cualquier marino sabe que no hay que menospreciar el poder de tan míticos personajes, ya que el suyo es un canto tenaz.

He podido comprobar la veracidad de las predicciones que la divina Circe le hizo al héroe aqueo. Incluso ahora, ya en plena navegación, parece que sus vaticinios pretendan cumplirse de forma inexorables. Circe ya le anunció a Ulises que: “primero llegarás a las Sirenas. Quién acerca su nave sin saberlo y escucha su voz quedará  hechizado con el canto que emiten mientras están sentadas en un prado donde les rodea un gran montón de huesos humanos putrefactos, cubiertos de piel seca”.

Los cantos de las Sirenas se han interpuesto una vez y otra, entre mi sueño y mi realidad. El mismo año 2014 tuve que hacer frente a un conflicto profesional, imprevisible y desconcertante, con consecuencias graves, tanto materiales como morales y anímicas. La travesía debía quedar postergada.

Un año más tarde, y ya tranquilo en lo profesional, un nuevo frente se me abre en el seno de lo personal. De nuevo las Sirenas quieren distraerme del propósito más íntimo y deseado. Hubo momentos en los que postergar el viaje parecía inevitable, era lo lógico, lo que cualquiera haría. Nuevos contratiempos que sembraban duda, rabia y frustración. Debía concentrarme en resolver todos los inconvenientes, y, para ello, necesitaba quedarme en tierra.

Por fin, a finales del año 2015 e impulsado por las personas que mejor me quieren, decido atarme al mástil de mi sueño y capear el temporal que se presente a disuadirme. Es el mejor momento para zarpar, se abre la temporada que va hasta marzo/abril, y esta vez no habrá canto que me distraiga.  En la Odisea se cuenta como Ulises, precavido, había pedido a sus hombres que lo ataran al mástil para no ceder al canto de las Sirenas, no abandonar la nave y no abandonar el viaje. Yo tuve que atarme al mástil del Clinamen, eso sí, incluso al hacerlo, desde el mismísimo palo fundamental me llegó un canto de advertencia disuasiva. Resultó estar doblado de un antiguo accidente y no podía arriesgar la empresa sin un mástil renovado.

La preparación del Clinamen ha sido una buena prueba de fuego y de templanza. Todo lo que podía ir mal, ha ido mal. Las velas, el sistema de autonomía energética, la electricidad… todos presentaron contratiempos… y el tiempo que pasaba inexorable y la amenaza de postergar de nuevo se ceñía como un presagio funesto.

El 17 de febrero salimos de Sant Feliu de Guixols sorteando toda clase de inconvenientes y condiciones meteorológicas difíciles. En realidad, no hacían falta que las Sirenas cantaran… El temporal primero, vicisitudes con las bombas, con vientos que se levantan de proa, con nubes de arena recién llegadas del Sahara que cubren al Clinamen y a mí de fina arena, las velas que se resisten, el cansancio (sí también el cansancio)…el frío, el Cabo de Gata mostrando sus colmillos a cada ola, el Estrecho que se vuelve angosto, las corrientes en contra,…los cantos de las malditas Sirenas se nos antojan despiadados. En algunos momentos he dudado si debía obedecerlas: “vamos, famoso Odiseo, gran honra de los aqueos, ven aquí y haz detener tu nave para que puedas oír nuestra voz. Que nadie ha pasado de largo con su negra nave sin escuchar la dulce voz de nuestras bocas”.

En algún momento mi corazón ha deseado hacerlo. Varar la nave. Detener el viaje. Hacer lo que los diversos cantos reclamaban. Pero continuo amarrado al mástil. Unido al Clinamen. Respiro lento y con un gesto que no sé si es temeridad o certeza, exijo a mi voluntad que asegure los cabos con firmeza. Los cantos disuasivos pasarán. Las pruebas del destino no son más que los renglones en los que se asienta mi viaje. Dejémoslas cantar su canto. Por atractivo que sea, ya no es la música que este viajero debe de escuchar.
Vendrán más pruebas, mayores contratiempos, pero no conseguirán que abandone la nave ni a la tripulación, ésa que también me acompaña, y que es quién me mantiene atado al mástil con firmeza. Mi tripulación, son todos los que creen que el viaje es posible, que mi viaje es posible y que yo llegaré al puerto que voy buscando– a Ítaca-.No viajo sólo, eso la divina Circe y todas los seres mitológicos parecen desconocerlo. Viajamos el Clinamen, yo y todos los que me aman. Y contra nosotros no hay Sirenas traicioneras que valgan.

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